miércoles, 19 de octubre de 2016

SIN RELOJ NI CALENDARIO


Por Xose Manuel Fernández Sobrino

No se que le pasaba a la abuela que siempre, a nuestra vuelta del monte,  decía que habíamos dejado pastar menos tiempo del necesario a las cabras. Y que iban a dar poca leche. Y que eso no podía ser. Ya las habíamos metido en la cuadra para que descansaran. Y nos lo reprochó al vernos en el corredor.
Fue entonces cuando apareció el abuelo con su andar tranquilo y dispuesto, como siempre, a poner paz; A tranquilizar a la abuela y mirarnos con buena cara a nosotros. Mientras Antonio y yo nos sentábamos en un banco que allí había, dispuestos a descansar y esperar la comida, el abuelo quiso aportar una prueba concluyente de que nuestra jornada de pastores había durado el tiempo necesario. A justificarnos ante la abuela.
Iba a hablar de tiempo. De horario. En un caso así debiera echar mano de aquellos relojes de bolsillo que las personas mayores de Ourense  llevaban en los chalecos, sujetos con unas cadenillas que iban hasta uno de los ojales de éstos. Pero no.
No sé si el abuelo tenía reloj porque nunca lo llevaba. Echó mano de otro medio que a mí me resultó  sorprendente: se asomó lo más posible sobre el patio, sacando bien la cabeza y miró al cielo.
Y dijo algo así como “Rosa, está ben, xa pasan das doce”. Me quedé sorprendido. Enseguida se dio cuenta Antonio y me aclaró “mira para o sol, si está no medio do ceo, son as doce, e asegún sea, antes ou despois, inda é mañá ou xa é a tarde”. Claro que el abuelo no concretó. Y debió de añadir, por lo menos, pensé yo, que ya era hora de comer. A juzgar por lo que, a la hora que fuere,  ya notaba en mi barriga.
Archivo familiar Chamborro Dapía
Si en Medeiros no se veía reloj alguno, otra cosa que me llamaba la atención era la ausencia de calendarios. En mi casa de Ourense, mi madre tenía siempre uno en la cocina que era difícil enterarse qué anunciaba, y sólo se veía un paisaje de mar, con barco y todo a lo lejos, y debajo las hojas de los meses, que cuidadosamente mi madre arrancaba para comprobar en qué caían determinados días que estaban por llegar. Para saber en qué dia estábamos, había otro calendario, un “taco” del Sagrado Corazón con 365 hojas pegadas, que también con tacto arrancaba cada dia y que aclaraba de manera tajante el día de la fecha. Ese taco era al que tapaba la publicidad y no se veía bien el anuncio del dichoso calendario.
Dicho esto, en Medeiros apenas preocupaba en qué dia de la semana estábamos. Ni a mí, que desde que llegué al pueblo, había perdido la cuenta. Todos los días eran iguales.
Pero aquella tarde fue diferente, ya que a última hora, de pronto, empezaron a  escucharse el repicar de las campanas.
Aquel repiqueteo revolucionó el patio de casa, en el que estábamos varios críos.  Gente menuda del pueblo que vivían cerca de la casa. Yo quedé escuchando muy atento  y lo asocié con una señal de alarma el oir las campanas de la iglesia a aquellas horas. Pero ví que algunos colegas saltaban alegres y contentos, gritando “mañá é domingo, mañá é domingo”. El abuelo, que nos observaba desde lo alto, en el corredor y  como siempre, cigarro en boca medio caído, comentó “tocan a Santo, seica hoxe é sábado, mañá domingo, mañá hay que ir a misa”. Original manera de recordárselo a los vecinos, no se les fuera a pasar por alto.
Aparte de ir a  Misa con los abuelos, las cabras comían hierba que había recogida en casa, o sea que no había que llevarlas al monte, pero nada más. Nos levantábamos más tarde, íbamos a misa y, después de comer, era como los demás días. A correr de un lado a otro por todo Medeiros.

No hay comentarios:

Publicar un comentario