jueves, 29 de diciembre de 2016

¡FELIZ ANO NOVO! ¡MOITAS GRAZAS!


Por Xose Manuel Fernández Sobrino

Nunca he estado en Medeiros en una despedida de año. Claro, mis visitas al pueblo y más o menos largas, se producían en verano. Pero ya en aquellos tiempos sentía curiosidad por saber que ocurriría en esas dos fechas, las de salida y entrada.
Tenía que preguntar. Se encargaban de informarme Antonio y Paco, evidentemente. El primero, dos años mayor que yo, sabía más de cualquier asunto.

 Por mi parte, yo comentaba de lo que veía en Ourense. Papá, mamá y mi tío Jacinto tendrían un día 31 de bastante trabajo en la tienda, pero ya  menos que el día de Nochebuena.
Parece ser que la gente salía  porque iban a bailar y el 24 todos se quedaban en casa, al menos, hasta que las campanas de la Iglesia de las Caldas anunciaban a las doce la “misa del gallo”.  Allí  se acudía en buen número y hasta iban algunos que no debían de hacerlo, porque rebosaban más alegría de la precisa.
A medida que fui creciendo, supe de  cosas, detalles concretos de mi etapa anterior y que comentaba mi madre. Por ejemplo, que el año en el que nací, en aquel 1936, pronto llamaron a mi padre para que se fuera a la guerra civil. A mi madre le caían las lagrimas al comentarlo, porque recordaba aquel miedo de  no saber si mi padre iba a volver. Aún no había regresado de Cuba mi tío Jacinto. Así que mi madre se quedó sola conmigo y teniendo que atender, hasta donde podía, la tienda. Yo tenía por lo visto unos meses. Y me colocaba en una caja de madera con unas mantas y dormía debajo del mostrador. Allí permanecía hasta que me parecía prudente despertar y lo anunciaba llorando. Entonces me cogía y me entregaba a las clientas, y “Manolito de la Serafina” iba pasando, de manos en manos, mientras las clientas esperaban  que mi madre las despachara.
Claro, recibía muchos besos. Cosa que a mi madre no le gustaba. Pero no había otro remedio. Las señoras ya esperaban el momento de cogerme y yo debía de esperar sentir los labios de todas ellas y, posiblemente, gustándome más unos besos que otros. No sé muy bien. No sabía entonces diferenciar olores.
Foto:Archivo familiar

En Medeiros en aquellos años de la contienda se anotaban las bajas de muchos hombres. Las mujeres estaban solas pensando en la vuelta de sus maridos. Tiempos de colaboración vecinal para seguir trabajando el campo en lo posible para que el miedo y las penurias fueran más llevaderas. Cuando volvieron –la mayoría por fortuna- del frente, era  lógico que en determinados aspectos los varones volvieran bajo la presión de la contienda  y algo desenfrenados. Por eso el censo de los habitantes de Medeiros, tras un par de año estancado, experimentó un notorio incremento de población.
Por eso,  ahora repasando aquellos años de mediados de los cuarenta, el censo infantil  era especialmente numeroso. Conformaban toda una colonia de  críos sueltos por el pueblo y que no se sabía generalmente donde estaba el de cada una. LucÍan aquellos pantalones de los que os hablé tiempo atrás: abiertos de cintura a espalda por entre las piernas y lo mismo tenían fácil acceso a “mear” porque el “grifo” estaba fuera y si se agachaba, con la misma facilidad se podía “hacer de cuerpo”, sin necesidad que se personara mamá para dirigir la maniobra. Libertad absoluta.

Así se vivía la historia. Y llegaba el fin de año. No se extraña; no se echa de menos lo que no se conoce. Y a nadie se le pasaba por la imaginación, por ejemplo, tomar una uva por cada campanada de reloj. Y hubiera sido posible –lo que son las cosas- porque aún había en esas fechas quien tenía colgadas uvas, bastante secas ya, de la última vendimia y hubiera bastado que el sacristán u otro voluntario, subiera al campanario y después de avisar con un repiqueteo, podía hacer una pausa y soltar, una a una, las doce “badaladas” que podían ser acompañadas de la ingestión de los correspondientes “vagos” de uva.
Foto: Ricardo Colmenero

Paco y Antonio estaban de acuerdo en que eso no se hacía. Y que la gente, como en aquella época del año se hacía de noche pronto y estaban cansados, preferían irse pronto a cama para “recuperar el sueño atrasado de lo que dejaron de dormir en la ausencia por acudir a la contienda”.

 Pero el dia 1 ya era otra cosa. Mis primos recordaban  que en Medeiros había existido una especie de banda de música y por ello había por el pueblo instrumentos de aquellos tiempos. La palma, la voz fuerte, la iniciativa la llevaba  O Tío Avelino, que lo mismo tocaba la gaita, que el clarinete y hasta si aparecía por allí, la trompeta. Por eso sus hijos y yernos se sumaban a la fiesta y entre todos formaban el grupo, aquello que hoy llamaríamos charanga. Y allí se encontraban, con Camilo  sacudiendo el bombo o Benjamin “a caixa” o tambor.
Por eso, al acabar una pieza, y como prueba de buen humor y salud, comentaban “a ver Avelino, agora cual tocamos”  Y el director muy serio contestaba “a mesma, só que xa sabes Camilo, agora mais cargada de bombo”…

Vamos que no habría apenas nada de nada, pero aprovechándose de lo que estaba a mano, se entraba en la alegría general de la fecha.  Contra lo que pudiera suponerse, más que celebrarse el Año Nuevo, lo que en Medeiros se tenía más a mano era o Santo dos Manueles, por lo que había que ir cumpliendo con la visita a cada uno de los que estaban ya esperando a la comitiva musical y a los espontáneos, con chorizo, pan, vino o aguardiente..o lo que se terciara.

- "¡Feliz Ano Novo! ¡Home,  moitas grazas!"

viernes, 23 de diciembre de 2016

CAJAS DE RECUERDOS

Por Sara Martínez Fernández

   "Tenemos que hacer algo con los recuerdos, Manolo". Así sentenciaba una conversación con mi primo hace unos meses. De alguna manera, cumplir años hace que se atesoren "cajas de recuerdos". Esos que son de uno, con algunos lazos entre nosotros, pero siempre nuestros. Son el hilo conductor de lo que nos llevamos de las vivencias de cada día, las emociones que quedan para siempre en nuestro corazón. Benditos recuerdos.

   Así es como empezó Historias de Medeiros, para comenzar a recopilar pequeñas cajitas de los años pasados. Al abrirlas, de alguna manera, ayudas a abrir otras tantas, a mirar por unos minutos la vida que se nos quedó atrás. Es la historia pequeña. Esa que no se escribe en manuales, que no demuestra nada, pero que reconstruye algo muy importante como son nuestras raíces.

   Con tanto recordar, regresó  el olor a la casa de mis abuelos, la sensación nerviosa de cada verano para volver a la tierra de mis padres. El ansia en mis ojos por encontrar en las escaleras de piedra centenaria la figura de mi abuela, o volver a escuchar el paso seguro de mi abuelo cuando venía con el correo. Eran aquellos casi años 70, todas esas sensaciones que construyeron el cordón umbilical con aquella tierra que no me vió nacer, pero que abrió mis ojos a una realidad familiar, a la realidad de los míos.

   Nunca pude disfrutar de una navidad en Medeiros. En aquellos tiempos, el emigrar significaba cortar una parte del camino de regreso. Viajar era costoso y las obligaciones eran muchas. Pero en mi casa todos, mis padres, mis hermanos y yo, sabíamos que cuando llegaba el "envío de los abuelos"  con patatas y castañas, estábamos a una vuelta de encontrarnos con la navidad. Sin teléfono en Medeiros, las cartas eran el mejor vehículo de la historia espistolar de las famílias. Me acuerdo que me contaba mi abuelo Domingos, el carteiro vello da montaña, que muchas veces llegaba más tarde de repartir el correo porque, además de entregar las cartas, le pedían "as máis velliñas que quedaban soas nas súas casas, que lles lese as novas que lles contaban os seus fillos".
Foto: Saramarfer

   Con todos los recuerdos bien nutridos del verano anterior, cada diciembre me ponía a buscar una hermosa felicitación de navidad para mis abuelos. Todo un ritual para romper la barrera del espacio y del tiempo y besar a los que teníamos en Medeiros. Además de ellos, aparecían las imágenes de todos mis tios. Mi tío Pepe, el carteiro novo, el único hermano de mi madre. O los hermanos de mi padre, mi tío Antonio y mi tía Luisa, que estarian por nuestra querida aldea; y mi tía Mercedes que, como mi padre, estaría celebrándola lejos de allí.

   Siempre recordaré unas postales de navidad, adornadas con purpurina, que llevaban un mini calendario del año siguiente. Siempre intentaba comprar ese modelo.A mi abuela Estrella le encantaba. Y así me la encontraba todos los veranos posteriores, colgada del marco de la puerta con un clavito al lado de una foto mía. Le encantaba esa felicitación, "que xeitosiña é a postal, Sariña". Bendita abuela.

   Y así llegaba la  navidad.  Para recordar, para sentarse en la mesa y contar alguna que otra historia de la niñez en Medeiros, de acortar la falta de contacto físico y  ver como se estrallaban, desde el recuerdo, las lágrimas de la ausencia contra los ojos brillantes de mis padres. Una emoción que se ahogaba con un brindis final por los que no estaban, y que el tintineo de las copas  llegara a todos ellos para  que sintieran que los teníamos de invitados en la reunión familiar. Bendita familia.

   Cuando ya estaba mi abuela Estrella enferma, muchos años después, la vida me regaló una navidad con ella en Medeiros. Y así llegué un 24 diciembre. Allí estaban mis padres cuidándola, y decidí hacer, ya de mayor, lo que no pude hacer antes. Una navidad en Medeiros, en la casa de mis abuelos.
Lo había imaginado tantas veces... El olor a leña, el frío en las manos que se dejaban calentar en la cocina de hierro, la vieja radio de mi abuelo amenizando, ya en su ausencia, el ir y venir de sus habitantes. La sensación de humedad en las sábanas blancas por el frío exterior. Y un "niño Jesús" de cerámica que adornaba la celebración en el hogar. No hubo ni grandes celebraciones ni comidas copiosas; la abuela estaba malita. Pero dejaron tantas sensaciones para seguir recogiendo mis propios recuerdos.
Foto: Saramarfer
    Una vez más, escuchaba a mis mayores como se hacían pequeños para contar sus propias vivencias, tan diversas y diferentes. Pero me di cuenta que, nuevamente, se repetía una situación. Los ojos vidriosos que  recorrían el pasado de cada uno. Sentada en la cama de mi abuela le felicité la navidad. Ya no había felicitación escrita. Hacía muchos años que esos pequeños calendarios de navidad ya no se encontraban, pero el último de 1978 todavía seguía colgado en su clavito. Con su mano en la mía ya no hacía falta calendario. Entre ellas quedaria para siempre paralizado el tiempo,  como una hermosa trampa por la que siempre tuve la necesidad de volver. Bendita navidad.


    Así queda abierta otra caja de añoranzas, de ausencias que siempre resurgen. Medeiros es familia y recuerdos. Medeiros es infancia y raíces. Medeiros es Navidad mirando al cielo.

Bo Nadal a todos vós e que os recordos de cada un, sigannos acompañando.
Foto:Saramarfer

jueves, 22 de diciembre de 2016

DE LA VENDIMIA A "NOITEBOA"

Por Xosé Manuel Fernández Sobrino

A medida que voy pasando as lembranzas de aquel niño de apenas diez años en Medeiros, me doy cuenta que había momentos especialmente señalados que merece la pena recuperar. Por ejemplo, ese día da malla que no era precisamente una fiesta, pero a la vez no dejaba de serlo. Porque era una jornada dura, con trabajo abundante y pesado, a pleno sol, de la mañana a la noche; pero a la vez envuelto en la alegría que daba a las familias reunidas; recoger, envasar el grano, llevarlo para casa donde se convertiría en aquel pan propio que después de pasar por el molino y el horno, llegaba a cada mesa.
 Pero claro, yo estaba sólo en los meses de verano. Tras el tiempo estival y con el paso de a malla , se empezaba a preparar la vendimia. Algo de lo que me hablaban. Pero del vino, de la recogida de las uvas, de su elaboración, sólo sabía lo que me contaba Antonio, porque los mayores lo daban por conocido;no me hablaban de eso. De llevar las uvas ó lagar, en cestos que viajaban en carros o en los lomos de burros. Allí era donde las estrujaban, pisadas con los pies de los expertos. Era cuando mi mentalidad infantil se encontraba desconcertada y pasaba por mi mente aquello de “pero bueno, ¿pisan las uvas y tendrán los pies bien limpios en ese momento os paisanos?”. Así tenía que ser porque beber, lo que es beber vino lo hacían todos. Y a lo grande y cada uno con el orgullo de su propia cosecha.
 Ahí me vino otra curiosidad. Las fiestas de Nochebuena y Navidad. Y los Reyes. Tampoco iba a conocerlo en Medeiros. A esa edad ya había superado lo de los Magos de Oriente, pero guardaba el secreto para que mi hermano Paco, que era más pequeño, no se enterara que los tales Reyes Magos, que compraban los juguetes y los colocaban aquella noche junto a los zapatos de cada uno de nosotros, los teníamos muy cerca diariamente. A pesar de haber descubierto el "misterio", no por eso me iba a quedar sin juguetes.

No sabía cómo era la Nochebuena en Medeiros, pero sí esperaba con relativa ilusión la de Ourense. Era muy especial porque era de mucho trabajo. En realidad en mi casa empezaba cuando aparecían en la tienda de mis padres las cajas y sacos de higos, las cajas de uvas pasas y, por supuesto, las barras de turrón. Mi padre cuidaba mucho que cada barra, originariamente de 300 gr. fuera un poquito escasa y de esa manera entraran en cada caja una o dos barras más de las normales, porque así dejaban un poco más de beneficio. Tiempos difíciles aquellos años de posguerra.
Foto: Ricardo Colmenero
En Medeiros no tenían ese problema. “Na Noiteboa cómese algo especial- razonaba conmigo Antonio- o pulpo”. Para mi semejante informe requería una explicación y me la daba mi primo. “O pulpo chega a Medeiros secado ao aire, moi seco, e compre fervelo na auga ben quente para que ablande o despois cortalo” . Era cuando me daba verdaderamente cuenta, porque ese pulpo seco, que tenía un olor muy fuerte también, de vez en cuando, lo teníamos en la tienda de Ourense. Alguna vez que otra lo hacía mi madre, pero a mi no me gustaba nada. Ese pulpo venía en sacos de estera, de esparto, lo mismo que la raya seca, otro pescado de aquellos tiempos. Pero en lo que a pulpo se refiere, el que me encantaba, era de la caldera de la señora Carmen que se instalaba fuera de la plaza de Abastos del Puente Canedo y que cuando iba mi madre a comprarlo siempre me daba “un rabito” que yo tanto agradecía.Era como ir a comer o pulpo a Verín a la casa de Teresa. Pero eso estaba limitado para los que debían bajar en los días de "feira" y nada más.
Foto: Ricardo Colmenero
“Bueno, Antonio y si coméis pulpo para Nochebuena, ¿Qué es lo que se come en Medeiros el día de Navidad? . Y respondía rápido y seguro “Bacalao, casi que sempre . Vano a buscar a Portugal que o venden bo e mais barato que en Verín. Cumpre metelo na auga a desalar , un ou dous días antes. A mamá Rosa - a avóa- preparao moi ben, rustrido con allo , patacas e berzas”. A opinar sobre el tema también se apuntaba otro de mis primos, Paco, que era de mi edad. “A min máis que o bacalao gústame a pescada –merluza- pero iso quen sabe son os avós, si vamos con uns ou con outros. Pola miña nai gustalles máis o peixe que traen as de Albarellos nos burros”.

¿Y el turrón? “Home, sabemos que o turrón haino, pero eu non o coñezo, seica ´é moi duro”. Depende Antonio, decía yo como experto en materia. También lo hay blando para los que no tienen dientes, pero otro postre tendréis, ¿no?. Y mi primo que sabía de todo puntualizaba “ si claro, cóllense unas mazás e faise una compota, que está moi boa, a compota da mamá Rosa”. Y Paco puntualizaba también “soupemos o que era o turrón o ano pasado pero pouco. Nos diron unos cachiños moi pequenos e, oie, moi ben sabía” Eso, que uno siempre se quedaba con ganas de más..Manolito, a pesar de sus pocos años era curioso y prudente. Quería saber y entender las diferentes formas de vivir y compartir aquellos tiempos. " ¿Y os reuniréis mucha gente en cada casa?”. “As veces sí e as veces non, depende. Mais ben vaise a casa dos avós o compre, sabes cantos fillos e netos teñen, hai que ver como se acaba por formar cada festa, porque coma hai os país dil e os dela, acabase indo según conveña millor para quen todalas casas haxa xente”. É certo que logo da cea, seguen vindo xente desde veciños ou os fillos que foron cear a casa dos outros pais.Unha noite longa para felicitar o Nadal. 
Foto: Ricardo Colmenero


Quedaba por saber cómo se organizaba la cosa en Reyes, con los regalos y demás. Detalle que preguntaba con cierta cautela. “¿Y en Reyes?”. Volvió a responder rápido: “Si, si, cantamos moito os Reis. Nas casas, nos camiños se non fai moito frio, e inda que o haxa, porque a xente sae da casa quente, bébese bó augardente, ou moito viño do novo…”. Lo que estaba claro es que los Reyes, en aquellos años 40, les costaba llegar a todos los lados. Pero lo más importante de las navidades en Medeiros era disfrutar de la compañía fraternal.Las casas seguían abiertas para que nadie estuviera solo. Y si llegaba algún juguete de cartón, pues mucho mejor.
Cuánto han cambiado las cosas....
Y yo volvía a pensar en el vino recién pisado, con los pies…? No le demos más vueltas.

domingo, 11 de diciembre de 2016

O DIA DA MALLA


Por Xosé Manuel Fernández Sobrino


Los temores  de mis padres cuando me enviaron a Medeiros y de los propios abuelos que me recibieron, giraban en torno a mi adaptación a la vida en el pueblo. El término “extrañar” era algo que podía surgir en cualquier momento. Pero no apareció. Contra  todo lo que se pudiera pensar de aquella vida tranquila, serena, sosegada, silenciosa , sin ningún tipo de ruidos y donde la gente no tenía prisa nunca, los muchachos vivíamos inquietos, animosos, con permiso pleno para ir de una parte a otra, en medio de personas conocidas y con libertad plena para movernos donde nos viniera en gana. Y, además,  con el aliciente, en la mayoría de los días, para vivir algo distinto.
Foto: Saramarfer

Aquel día, por ejemplo,  tenía otra novedad por delante. Era  o día da malla.
Lo primero que sonó distinto para Antonio y para mí era que no había que salir con las cabras al monte. Era una especie de domingo. Pero con mucho jaleo. Porque ya, a primera hora, empezó a aparecer gente en el patio, con ganas de broma, fumando, hablando alto: poco a poco fueron subiendo   a almorzar, es decir, a desayunar aquella leche con café negro que estaba preparando la abuela al fuego. Se sentaron en la mesa grande y venga a cortar pan y a comer; y también a fumar. Estaba el ambiente cargado entre la humareda de a lareira e mais a dos “pitos”, o sea, los cigarros. Comieron y bebieron  y hasta algunos echaron su buen chorro de aguardente en la leche.
Que yo supiera, vamos, que las tuviera localizadas, debía de haber en Medeiros así como media docena de airas siendo a dos Cabaleiros la que estaba más cerca de casa. Allí tenían su meda los abuelos.  Poco a poco me fui enterando. En el mes de junio se realizaba la siega. Se reunía a varios familiares o amigos para hacerla. Recién cortado se apilaba en esa meda hasta que llegara el momento de poder mállalo.
Es decir,  siempre según la versión de Antonio, puntualizada por el abuelo, as pallas inda tiñan as  espigas con grao, e  é enton cando hai que sacudirllo.  Por eso, llegado el momento, se fueron a las medas, bajaron y esparcieron atados de paja con  espigas y grano sobre el suelo de la aira , e media ducia daqueles homes botaron mau dunhos palitroques que chamaban mallos  e veña, a batelos contra as pallas.  Los palos eran dobles. Dos piezas. Una más larga que empuñaba o mallador  e tiña outra mais pequena amarrada cons coiros cravados con puntas, de forma que ao erguerla, campaneara no aire e batera con forza contra a palla. Debía de pesar, debía de ser muy duro, porque con el calor y el esfuerzo, sudaban enseguida. Y mucho.
Después, cuando consideraban que estaba bien batida,  había que separar la paja grande y dejar espigas y granos mezclados en el suelo con restos pequeños de paja. Muy pequeños. El abuelo aprovechaba para explicarme: "Inda o ano pasado cumpria esperar a que viñera vento e cunha forquiña había que aventar o grao e mais as espigas. Botábase de cara o aire, e o mesmo aire levaba a palla e caia o grao limpo no chao, que despois as mulleres apañaban e levábanlo para casa. Pero tardábase moito porque non sempre sopraba o aire". 
Foto: Saramarfer

  Pero eso había sido el año pasado. En este,  resultaba que Medeiros ya estaban modernizado. Habían traído una máquina cribadora que depositaba el grano  limpio “de polvo y paja”.
Y entonces, como jugando, entrábamos los niños  en acción. Al arrastrar la paja para ser mallada chegábase o remate da meda  e era entón cando aparecían os ratos que nos tíñamos que matar. Habían vivido los ratones como ricos , a cubierto entre las pajas y comiendo grano, pero se les acababa la buena vida. Corrían desesperados y los críos, estaca en mano, teníamos que sacudirles y acabar con ellos. Los pobres tan desesperados huían, que abandonaban sus nidos, los que nosotros, sangrientos vándalos, buscábamos y como si fueran trofeos, llevábamos al sacrificio a las crías,tal como si estuviéramos practicando para la matanza. Hay que reconocer que un poco bestias sí que eramos en aquellas.
De principio a fin, toda aquella labor era larga y pesada. Ocupaba mucho tiempo. Se hacía un alto para comer y no sé de donde aparecían unas mujeres con la comida. Comían todos,  bebían, fumaban sus "pitos", hablaban alto y reían de las cosas que decían, que debían de tener mucha malicia pues las dirigían preferentemente a las mujeres, a las más jóvenes y a las más rellenitas… Pero no pasaba nada porque ellos y ellas acababan riendo juntos en animada tertulia.

No solo era la meda de los abuelos, sino también otras de hijos o amigos.  Por  eso  aquella gran comida que trajeron  no era sólo cosa de la abuela. Y es que se reunía bastante gente, entre malladores,  mujeres y por supuesto los niños. Finalmente, se iba amontonando la paja sin espigas colocándola de nuevo en  montones como al principio, sólo que ahora en lugar de medas ya se les llamaba “palleiros” . Con el tiempo esta paja sin grano tendría diferentes usos. El más normal, para “cama” de animales  en las cuadras, que en el pueblo llamaban cortes. Pero para mí, el más conocido era  el de la matanza en diciembre, porque lo hacíamos en Ourense. Una vez muerto el cerdo, había que “afeitarlo”, se cogía un montón de paja en una mano, se le ponía fuego-fachós-  y se paseaban por el cerdo quemando el pelo de la piel…

Finalmente "o día da malla xa pasara". “Outra experiencia mais para o Manolito”, como diría o tio Maestro cando, coma sempre, asomado de cara o patio, víunos pasar con cara cansa a noite, buscando a cea e a cama… 
Mañana sería otro día. Monte, cabras. Volver a empezar.

jueves, 1 de diciembre de 2016

COMER A DIARIO

Por Xosé Manuel Fernández Sobrino


Foto: Puri Fernández
Tras la  vuelta a casa, después de la animada mañana que habíamos pasado con la salida al monte y lo vivido en el horno del señor Pepe, lo que esperábamos era sentarnos a comer. Claro que  no pintaba muy bien la cosa porque la abuela nada había preparado, pero a nosotros, es decir, a Antonio y a mí, no nos importaba. Con el pan recién hecho nos bastaba. Para empezar, claro.

Volvía el abuelo, “mirade ben que o pan quente e moi malo”. El insistía y nosotros, aunque fuera mentalmente, repetíamos “¡y dale!”.  Ya no digamos cuando, sentados a la mesa expectantes sobre lo que pudiera pasar, cogió el abuelo una de las piezas, le metió el cuchillo y se oyó el crujido del pan que se iba cortando. En nuestras sensaciones infantiles parecía que hasta calentaba el dichoso cuchillo.  Más a punto, imposible.
Sin decirnos nada,  nuestros pensamientos empezaban a  girar  en torno a una misma pregunta ¿y  con qué comemos este rico  pan?. Podría pensarse que la respuesta era lo de menos, porque mientras le dábamos vueltas al tema, seguíamos saboreando el  pan sin parar.
Como si el abuelo leyera en nuestras mentes infantiles, fue a ponerle remedio. Sabíamos los tres que nada había cocinado la abuela y  el fuego seguía apagado. Vimos como el abuelo bajó al patio y supusimos que algo iba a buscar a la especie de bodega que había. Me vino a la mente chorizo, pero no recordaba ya Antonio cuando se habían terminado. ¿Jamón? Hubo cuatro jamones en su día. Dos se picaron para mejorar chorizos. Quedaban otros  dos allí, curándose, pero eran intocables.  Porque los abuelos los tenían dispuestos para vender unos meses después y con ese dinero comprar algo imprescindible en ese momento, como por ejemplo, un par de cerdos pequeños para criar y ser sacrificados en la matanza del año siguiente.
Había otra salida que no os voy a contar ahora. Lo haré más tarde. No era cosa del abuelo y sí, desde luego, de sus inocentes nietos.
El caso es que mientras saboreábamos el “pan con pan” regresó el abuelo. Con un trozo de tocino entreverado, es decir, blanco, pero con vetas rojas. Lo conocía de la tienda de mis padres. Pero nunca pensé que se podría utilizar como comida de mediodía. Total, que el abuelo cortó unas tiras y dijo “veña, metédeo no pan”. Os lo aseguro: ¡qué delicia, aquel pan todavía caliente con aquel tocino!...¿Cómo era posible que supiera tan bien?
El abuelo le arrimó un buen trago de vino de su taza de barro y nosotros fuimos varias veces al cántaro del agua. Porque sabía muy bien aquel tocino, aunque  estaba un poco salado. Bueno, las cosas como son, bastante salado. Pero con el pan… delicioso!!
Supongo que a estas alturas de lo que os estoy contando os preguntaréis  qué comían en Medeiros. Para empezar, os diré que productos de huerta que, naturalmente, los tenían a mano. Tomates, cebollas, pimientos…Aquellos pimientos fritos gracias a la habilidad y  recursos de la abuela, porque aceite no había. Verdura con patatas, con  un refrito  ideado por la experta  cocinera Rosa. Potaje de habas, de garbanzos…judías, caldos....  Mientras en las casas había carne de cerdo era utilizada muy amenudo. Hasta que se acababa. En la de los abuelos, a estas alturas del año quedaba solamente tocino y menos mal. Y claro, de forma permanente y oportuna, algún pollo o gallina al que se pudiera echar mano.
Ya sé,  me vais  a  preguntar por pescado y carne de ternera. Bueno, hay que decir que, por lo que contaban,  de vez en cuando aparecían en el pueblo unas mujeres llamadas “pescantinas”. Traían   un par de  burros  con unas  de cajas de sardinas u otros pescados, como jurel –xirelo-, pero siempre pescado barato y vendían. Como mucha gente no tenía dinero, se efectuaba el cambio,  por productos de la tierra, como patatas, verduras, pimientos, repollos, fruta…bueno, esto último menos. Vamos que no volvían a Villaza o Albarellos de vacío.
Foto: Puri Fernández
¿Y la carne?  A vitela solo se vendía el dia de la fiesta del 15 de agosto. Subían un par de carniceros e improvisaban en alguna casa el puesto de venta. Pero cuando  los del pueblo, por motivo que fuere, bajaban a Villaza o Albarellos e incluso a Verín, compraban carne. Pero poca, para el día. Además de los recursos económicos limitados de aquellos tiempos, hay que recordar que en las casas no podían conservarla ya que ¿dónde la iban a guardar?  No existían las  nevera…y lo más importante, no había  luz eléctrica. En esta etapa de verano, con el calor, se echaba a perder,  cheiraba rápidamente.
Foto: Puri Fernández
¡Ah, qué me olvidaba!.  Lo que os iba a contar antes con aquello de la comida del pan recién hecho. La bodega del abuelo era bastante fresquita, por ello guardaba, incluso, algo de carne salada. Pero también, como en este caso concreto que os cuento, podía utilizarla también algún vecino. Había uno por cierto muy “roñoso”, antipático y desconfiado, al que Antonio  tenía calado. Un dia apareció para cortar unas lonchas de un jamón que guardaba –frebas de xamón- y del que iba comiendo poco a poco. Estuvimos pendientes de lo que hacía.  Solo que al  salir, nos miró desconfiado desde la puerta, dio la vuelta, se fue al jamón y le marcó unos tajos a diestro y siniestro, como señales de que había cortado él. Que nadie lo tocara. Así quedaba la marca.
Cuando se alejó,  Antonio subió corriendo a casa y bajó con el cuchillo apropiado. El resultado fue que ambos  comimos de aquel jamón  y, como despedida le atizó a la pieza unos cortes “como señal antirrobo”, la misma técnica que hiciera antes el desconfiado vecino.
A los abuelos les llamó la atención que aquella noche no cenáramos. “É que comemos moita froita e tomates  na horta  e xa estamos fartos”.  Lo dijimos tan bien que nos creyeron. Menudo alivio. Y yo pensé, muy religioso,  ¿ésto habrá que confesarlo?...