jueves, 29 de diciembre de 2016

¡FELIZ ANO NOVO! ¡MOITAS GRAZAS!


Por Xose Manuel Fernández Sobrino

Nunca he estado en Medeiros en una despedida de año. Claro, mis visitas al pueblo y más o menos largas, se producían en verano. Pero ya en aquellos tiempos sentía curiosidad por saber que ocurriría en esas dos fechas, las de salida y entrada.
Tenía que preguntar. Se encargaban de informarme Antonio y Paco, evidentemente. El primero, dos años mayor que yo, sabía más de cualquier asunto.

 Por mi parte, yo comentaba de lo que veía en Ourense. Papá, mamá y mi tío Jacinto tendrían un día 31 de bastante trabajo en la tienda, pero ya  menos que el día de Nochebuena.
Parece ser que la gente salía  porque iban a bailar y el 24 todos se quedaban en casa, al menos, hasta que las campanas de la Iglesia de las Caldas anunciaban a las doce la “misa del gallo”.  Allí  se acudía en buen número y hasta iban algunos que no debían de hacerlo, porque rebosaban más alegría de la precisa.
A medida que fui creciendo, supe de  cosas, detalles concretos de mi etapa anterior y que comentaba mi madre. Por ejemplo, que el año en el que nací, en aquel 1936, pronto llamaron a mi padre para que se fuera a la guerra civil. A mi madre le caían las lagrimas al comentarlo, porque recordaba aquel miedo de  no saber si mi padre iba a volver. Aún no había regresado de Cuba mi tío Jacinto. Así que mi madre se quedó sola conmigo y teniendo que atender, hasta donde podía, la tienda. Yo tenía por lo visto unos meses. Y me colocaba en una caja de madera con unas mantas y dormía debajo del mostrador. Allí permanecía hasta que me parecía prudente despertar y lo anunciaba llorando. Entonces me cogía y me entregaba a las clientas, y “Manolito de la Serafina” iba pasando, de manos en manos, mientras las clientas esperaban  que mi madre las despachara.
Claro, recibía muchos besos. Cosa que a mi madre no le gustaba. Pero no había otro remedio. Las señoras ya esperaban el momento de cogerme y yo debía de esperar sentir los labios de todas ellas y, posiblemente, gustándome más unos besos que otros. No sé muy bien. No sabía entonces diferenciar olores.
Foto:Archivo familiar

En Medeiros en aquellos años de la contienda se anotaban las bajas de muchos hombres. Las mujeres estaban solas pensando en la vuelta de sus maridos. Tiempos de colaboración vecinal para seguir trabajando el campo en lo posible para que el miedo y las penurias fueran más llevaderas. Cuando volvieron –la mayoría por fortuna- del frente, era  lógico que en determinados aspectos los varones volvieran bajo la presión de la contienda  y algo desenfrenados. Por eso el censo de los habitantes de Medeiros, tras un par de año estancado, experimentó un notorio incremento de población.
Por eso,  ahora repasando aquellos años de mediados de los cuarenta, el censo infantil  era especialmente numeroso. Conformaban toda una colonia de  críos sueltos por el pueblo y que no se sabía generalmente donde estaba el de cada una. LucÍan aquellos pantalones de los que os hablé tiempo atrás: abiertos de cintura a espalda por entre las piernas y lo mismo tenían fácil acceso a “mear” porque el “grifo” estaba fuera y si se agachaba, con la misma facilidad se podía “hacer de cuerpo”, sin necesidad que se personara mamá para dirigir la maniobra. Libertad absoluta.

Así se vivía la historia. Y llegaba el fin de año. No se extraña; no se echa de menos lo que no se conoce. Y a nadie se le pasaba por la imaginación, por ejemplo, tomar una uva por cada campanada de reloj. Y hubiera sido posible –lo que son las cosas- porque aún había en esas fechas quien tenía colgadas uvas, bastante secas ya, de la última vendimia y hubiera bastado que el sacristán u otro voluntario, subiera al campanario y después de avisar con un repiqueteo, podía hacer una pausa y soltar, una a una, las doce “badaladas” que podían ser acompañadas de la ingestión de los correspondientes “vagos” de uva.
Foto: Ricardo Colmenero

Paco y Antonio estaban de acuerdo en que eso no se hacía. Y que la gente, como en aquella época del año se hacía de noche pronto y estaban cansados, preferían irse pronto a cama para “recuperar el sueño atrasado de lo que dejaron de dormir en la ausencia por acudir a la contienda”.

 Pero el dia 1 ya era otra cosa. Mis primos recordaban  que en Medeiros había existido una especie de banda de música y por ello había por el pueblo instrumentos de aquellos tiempos. La palma, la voz fuerte, la iniciativa la llevaba  O Tío Avelino, que lo mismo tocaba la gaita, que el clarinete y hasta si aparecía por allí, la trompeta. Por eso sus hijos y yernos se sumaban a la fiesta y entre todos formaban el grupo, aquello que hoy llamaríamos charanga. Y allí se encontraban, con Camilo  sacudiendo el bombo o Benjamin “a caixa” o tambor.
Por eso, al acabar una pieza, y como prueba de buen humor y salud, comentaban “a ver Avelino, agora cual tocamos”  Y el director muy serio contestaba “a mesma, só que xa sabes Camilo, agora mais cargada de bombo”…

Vamos que no habría apenas nada de nada, pero aprovechándose de lo que estaba a mano, se entraba en la alegría general de la fecha.  Contra lo que pudiera suponerse, más que celebrarse el Año Nuevo, lo que en Medeiros se tenía más a mano era o Santo dos Manueles, por lo que había que ir cumpliendo con la visita a cada uno de los que estaban ya esperando a la comitiva musical y a los espontáneos, con chorizo, pan, vino o aguardiente..o lo que se terciara.

- "¡Feliz Ano Novo! ¡Home,  moitas grazas!"

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