domingo, 11 de diciembre de 2016

O DIA DA MALLA


Por Xosé Manuel Fernández Sobrino


Los temores  de mis padres cuando me enviaron a Medeiros y de los propios abuelos que me recibieron, giraban en torno a mi adaptación a la vida en el pueblo. El término “extrañar” era algo que podía surgir en cualquier momento. Pero no apareció. Contra  todo lo que se pudiera pensar de aquella vida tranquila, serena, sosegada, silenciosa , sin ningún tipo de ruidos y donde la gente no tenía prisa nunca, los muchachos vivíamos inquietos, animosos, con permiso pleno para ir de una parte a otra, en medio de personas conocidas y con libertad plena para movernos donde nos viniera en gana. Y, además,  con el aliciente, en la mayoría de los días, para vivir algo distinto.
Foto: Saramarfer

Aquel día, por ejemplo,  tenía otra novedad por delante. Era  o día da malla.
Lo primero que sonó distinto para Antonio y para mí era que no había que salir con las cabras al monte. Era una especie de domingo. Pero con mucho jaleo. Porque ya, a primera hora, empezó a aparecer gente en el patio, con ganas de broma, fumando, hablando alto: poco a poco fueron subiendo   a almorzar, es decir, a desayunar aquella leche con café negro que estaba preparando la abuela al fuego. Se sentaron en la mesa grande y venga a cortar pan y a comer; y también a fumar. Estaba el ambiente cargado entre la humareda de a lareira e mais a dos “pitos”, o sea, los cigarros. Comieron y bebieron  y hasta algunos echaron su buen chorro de aguardente en la leche.
Que yo supiera, vamos, que las tuviera localizadas, debía de haber en Medeiros así como media docena de airas siendo a dos Cabaleiros la que estaba más cerca de casa. Allí tenían su meda los abuelos.  Poco a poco me fui enterando. En el mes de junio se realizaba la siega. Se reunía a varios familiares o amigos para hacerla. Recién cortado se apilaba en esa meda hasta que llegara el momento de poder mállalo.
Es decir,  siempre según la versión de Antonio, puntualizada por el abuelo, as pallas inda tiñan as  espigas con grao, e  é enton cando hai que sacudirllo.  Por eso, llegado el momento, se fueron a las medas, bajaron y esparcieron atados de paja con  espigas y grano sobre el suelo de la aira , e media ducia daqueles homes botaron mau dunhos palitroques que chamaban mallos  e veña, a batelos contra as pallas.  Los palos eran dobles. Dos piezas. Una más larga que empuñaba o mallador  e tiña outra mais pequena amarrada cons coiros cravados con puntas, de forma que ao erguerla, campaneara no aire e batera con forza contra a palla. Debía de pesar, debía de ser muy duro, porque con el calor y el esfuerzo, sudaban enseguida. Y mucho.
Después, cuando consideraban que estaba bien batida,  había que separar la paja grande y dejar espigas y granos mezclados en el suelo con restos pequeños de paja. Muy pequeños. El abuelo aprovechaba para explicarme: "Inda o ano pasado cumpria esperar a que viñera vento e cunha forquiña había que aventar o grao e mais as espigas. Botábase de cara o aire, e o mesmo aire levaba a palla e caia o grao limpo no chao, que despois as mulleres apañaban e levábanlo para casa. Pero tardábase moito porque non sempre sopraba o aire". 
Foto: Saramarfer

  Pero eso había sido el año pasado. En este,  resultaba que Medeiros ya estaban modernizado. Habían traído una máquina cribadora que depositaba el grano  limpio “de polvo y paja”.
Y entonces, como jugando, entrábamos los niños  en acción. Al arrastrar la paja para ser mallada chegábase o remate da meda  e era entón cando aparecían os ratos que nos tíñamos que matar. Habían vivido los ratones como ricos , a cubierto entre las pajas y comiendo grano, pero se les acababa la buena vida. Corrían desesperados y los críos, estaca en mano, teníamos que sacudirles y acabar con ellos. Los pobres tan desesperados huían, que abandonaban sus nidos, los que nosotros, sangrientos vándalos, buscábamos y como si fueran trofeos, llevábamos al sacrificio a las crías,tal como si estuviéramos practicando para la matanza. Hay que reconocer que un poco bestias sí que eramos en aquellas.
De principio a fin, toda aquella labor era larga y pesada. Ocupaba mucho tiempo. Se hacía un alto para comer y no sé de donde aparecían unas mujeres con la comida. Comían todos,  bebían, fumaban sus "pitos", hablaban alto y reían de las cosas que decían, que debían de tener mucha malicia pues las dirigían preferentemente a las mujeres, a las más jóvenes y a las más rellenitas… Pero no pasaba nada porque ellos y ellas acababan riendo juntos en animada tertulia.

No solo era la meda de los abuelos, sino también otras de hijos o amigos.  Por  eso  aquella gran comida que trajeron  no era sólo cosa de la abuela. Y es que se reunía bastante gente, entre malladores,  mujeres y por supuesto los niños. Finalmente, se iba amontonando la paja sin espigas colocándola de nuevo en  montones como al principio, sólo que ahora en lugar de medas ya se les llamaba “palleiros” . Con el tiempo esta paja sin grano tendría diferentes usos. El más normal, para “cama” de animales  en las cuadras, que en el pueblo llamaban cortes. Pero para mí, el más conocido era  el de la matanza en diciembre, porque lo hacíamos en Ourense. Una vez muerto el cerdo, había que “afeitarlo”, se cogía un montón de paja en una mano, se le ponía fuego-fachós-  y se paseaban por el cerdo quemando el pelo de la piel…

Finalmente "o día da malla xa pasara". “Outra experiencia mais para o Manolito”, como diría o tio Maestro cando, coma sempre, asomado de cara o patio, víunos pasar con cara cansa a noite, buscando a cea e a cama… 
Mañana sería otro día. Monte, cabras. Volver a empezar.

No hay comentarios:

Publicar un comentario