viernes, 23 de diciembre de 2016

CAJAS DE RECUERDOS

Por Sara Martínez Fernández

   "Tenemos que hacer algo con los recuerdos, Manolo". Así sentenciaba una conversación con mi primo hace unos meses. De alguna manera, cumplir años hace que se atesoren "cajas de recuerdos". Esos que son de uno, con algunos lazos entre nosotros, pero siempre nuestros. Son el hilo conductor de lo que nos llevamos de las vivencias de cada día, las emociones que quedan para siempre en nuestro corazón. Benditos recuerdos.

   Así es como empezó Historias de Medeiros, para comenzar a recopilar pequeñas cajitas de los años pasados. Al abrirlas, de alguna manera, ayudas a abrir otras tantas, a mirar por unos minutos la vida que se nos quedó atrás. Es la historia pequeña. Esa que no se escribe en manuales, que no demuestra nada, pero que reconstruye algo muy importante como son nuestras raíces.

   Con tanto recordar, regresó  el olor a la casa de mis abuelos, la sensación nerviosa de cada verano para volver a la tierra de mis padres. El ansia en mis ojos por encontrar en las escaleras de piedra centenaria la figura de mi abuela, o volver a escuchar el paso seguro de mi abuelo cuando venía con el correo. Eran aquellos casi años 70, todas esas sensaciones que construyeron el cordón umbilical con aquella tierra que no me vió nacer, pero que abrió mis ojos a una realidad familiar, a la realidad de los míos.

   Nunca pude disfrutar de una navidad en Medeiros. En aquellos tiempos, el emigrar significaba cortar una parte del camino de regreso. Viajar era costoso y las obligaciones eran muchas. Pero en mi casa todos, mis padres, mis hermanos y yo, sabíamos que cuando llegaba el "envío de los abuelos"  con patatas y castañas, estábamos a una vuelta de encontrarnos con la navidad. Sin teléfono en Medeiros, las cartas eran el mejor vehículo de la historia espistolar de las famílias. Me acuerdo que me contaba mi abuelo Domingos, el carteiro vello da montaña, que muchas veces llegaba más tarde de repartir el correo porque, además de entregar las cartas, le pedían "as máis velliñas que quedaban soas nas súas casas, que lles lese as novas que lles contaban os seus fillos".
Foto: Saramarfer

   Con todos los recuerdos bien nutridos del verano anterior, cada diciembre me ponía a buscar una hermosa felicitación de navidad para mis abuelos. Todo un ritual para romper la barrera del espacio y del tiempo y besar a los que teníamos en Medeiros. Además de ellos, aparecían las imágenes de todos mis tios. Mi tío Pepe, el carteiro novo, el único hermano de mi madre. O los hermanos de mi padre, mi tío Antonio y mi tía Luisa, que estarian por nuestra querida aldea; y mi tía Mercedes que, como mi padre, estaría celebrándola lejos de allí.

   Siempre recordaré unas postales de navidad, adornadas con purpurina, que llevaban un mini calendario del año siguiente. Siempre intentaba comprar ese modelo.A mi abuela Estrella le encantaba. Y así me la encontraba todos los veranos posteriores, colgada del marco de la puerta con un clavito al lado de una foto mía. Le encantaba esa felicitación, "que xeitosiña é a postal, Sariña". Bendita abuela.

   Y así llegaba la  navidad.  Para recordar, para sentarse en la mesa y contar alguna que otra historia de la niñez en Medeiros, de acortar la falta de contacto físico y  ver como se estrallaban, desde el recuerdo, las lágrimas de la ausencia contra los ojos brillantes de mis padres. Una emoción que se ahogaba con un brindis final por los que no estaban, y que el tintineo de las copas  llegara a todos ellos para  que sintieran que los teníamos de invitados en la reunión familiar. Bendita familia.

   Cuando ya estaba mi abuela Estrella enferma, muchos años después, la vida me regaló una navidad con ella en Medeiros. Y así llegué un 24 diciembre. Allí estaban mis padres cuidándola, y decidí hacer, ya de mayor, lo que no pude hacer antes. Una navidad en Medeiros, en la casa de mis abuelos.
Lo había imaginado tantas veces... El olor a leña, el frío en las manos que se dejaban calentar en la cocina de hierro, la vieja radio de mi abuelo amenizando, ya en su ausencia, el ir y venir de sus habitantes. La sensación de humedad en las sábanas blancas por el frío exterior. Y un "niño Jesús" de cerámica que adornaba la celebración en el hogar. No hubo ni grandes celebraciones ni comidas copiosas; la abuela estaba malita. Pero dejaron tantas sensaciones para seguir recogiendo mis propios recuerdos.
Foto: Saramarfer
    Una vez más, escuchaba a mis mayores como se hacían pequeños para contar sus propias vivencias, tan diversas y diferentes. Pero me di cuenta que, nuevamente, se repetía una situación. Los ojos vidriosos que  recorrían el pasado de cada uno. Sentada en la cama de mi abuela le felicité la navidad. Ya no había felicitación escrita. Hacía muchos años que esos pequeños calendarios de navidad ya no se encontraban, pero el último de 1978 todavía seguía colgado en su clavito. Con su mano en la mía ya no hacía falta calendario. Entre ellas quedaria para siempre paralizado el tiempo,  como una hermosa trampa por la que siempre tuve la necesidad de volver. Bendita navidad.


    Así queda abierta otra caja de añoranzas, de ausencias que siempre resurgen. Medeiros es familia y recuerdos. Medeiros es infancia y raíces. Medeiros es Navidad mirando al cielo.

Bo Nadal a todos vós e que os recordos de cada un, sigannos acompañando.
Foto:Saramarfer

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