martes, 31 de enero de 2017

CON PERDÓN, HABLAMOS DE “NECESIDADES”


Por Xose Manuel Fernández Sobrino

Insisto, con perdón. Mil perdones. El tema es delicado, precisamente, porque no es lo más sutil de nuestro quehacer diario. Me refiero a esa función obligatoria y necesaria. En estos años infantiles éramos más simples, le llamábamos cagar, hacer "de cuerpo", hasta “necesidades fisiológicas”. 
En  mi etapa de estudiante en Salesianos, si no tuviste la precaución de haberlo realizado en los recreos, podías pedir permiso para “hacer necesidades”. Entonces te preguntaba el cura “ ¿mayores o menores?” y tu respondías según los casos, fácilmente deducibles. Lo grave es que corrías el riesgo que te dijera de manera tajante “¡no!” y entonces la tenías armada, porque el desarrollo o desenlace de la situación podía ser incierto…

No me canso de insistir. Perdón. Hablar de estas cosas, tan evidentemente necesarias, es incómodo, molesto, pero es cómo  sucedía en aquellos tiempos donde todo parece que ocurría con una mayor naturalidad que ahora.

No era extraño que esa función  tal como la entendemos hoy para realizar en las casas de aquel Medeiros de esos años, fuera, más que  problemática, imposible. Porque ya en Ourense, Puente Canedo, cuando vivíamos en la ya entonces viejísima casa de frente a la Iglesia, sobre la tienda, nuestra vivienda tenía un simple retrete, con un hueco redondo en una gran tabla que iba de un lado a otro del habitáculo. No sabía a dónde iba a parar lo que soltábamos por aquel hueco, porque por la calle no había entonces alcantarillado. Cuando después la tienda se trasladó más arriba a la casa de una planta que construyeron mis padres ya fue otra cosa. Porque una de las cosas que me sorprendió a mis siete años fue que tenía algo nunca visto, un cuarto de baño; con su ducha y bañera, bidé y la pieza más usada, un retrete blanco llamado wáter,  que daba gusto sentarse en él. Y además, aquel cuarto de baño tenía una ventana para ventilar, y con agua caliente y fría. Ya digo, lo que nunca había visto en mis años infantiles.
Pues ahora haceos una idea  lo que en esas mismas fechas, más o menos, cómo podía ser  la cosa en Medeiros. “Para cagar tés que ir a corte”, me aclaraba de manera lisa y llana mi querido primo Antonio, aunque añadía”para mexar, se non hai ninguén abaixo ou xa é de noite, podes facelo dende o corredor”. Explicado.
Foto: Ricardo Colmenero
Es decir, que si bajabas a la cuadra, lo normal era realizar la operación en compañía. Como buenos testigos era observada la bajada de pantalones y labores propias, por los animales más próximos, cabras y bueyes. Si ibas a la cuadra de arriba, la correspondiente a la  otra salida de la casa, te encontrabas con la atenta mirada del burro “Ramón”, que de vez en cuando soltaba un “brrrr” que en realidad no sabías si era una costumbre del animal, una especie de carraspeo  o más bien su respuesta a "tu visita urgente".
Naturalmente, esta función era lógico  haberla realizado a diario en el monte cuando salíamos con las cabras. Entonces las cabras  no prestaban el menor interés, entretenidas en su alimentación, en su comida. Pero es que en el monte yo había adquirido un importante descubrimiento para efectuar "esta labor”. En Ourense lo hacíamos con papel de estraza o de periódico. El papel de estraza era de color oscuro, sólido, y se utilizaba para envolver los artículos que se vendían en la tienda de mis padres. Pero claro, en Medeiros no había papeles de ningún tipo y mucho menos, no era cosa de haber tomado la precaución de llevar material para estos quehaceres. Había que echar mano de recursos naturales sobre el terreno.
Por eso recurríamos a las ”follas”. Pero "el no va más” de la operación, el “limpiado perfecto” y por tanto más eficaz,  se realizaba con la utilización de una retama o xesta:“¡limpieza  impecable!”.
Evidentemente, cuando bajabas a la cuadra dispuesto a fomentar y colaborar en  la labor estercolera que realizaban de por si los animales, debías, al pasar por el corredor, echar mano de alguna xesta apropiada donde estaba la leña destinada  á lareira a secar. Y así entrabas con  ella,  junto a las cabras, que seguramente al verte acceder comentaban para sí “¡bo, aí ven iste outra vez!

De alguna manera todos participábamos en el importante ciclo de elaboración para un alto contenido ecológico que para la tierra tenía aquel abono o estrume o estiercol  con la que se fortalecía. Entraba en la cuadra o corte el abuelo con algún hijo y renovaban la cama de los animales, retirando el que ya era mal oliente y estaba ya  húmedo y  pesado, por uno nuevo con paja nueva y limpia de "a aira" cercana a la casa. Sería una cosa parecida a cuando mamá o la abuela  me cambiaban la ropa de la cama.
Solo que, con lo que aportábamos personas y animales, poco iba a durar limpia…Y vuelta a empezar.
Foto: todocolecciones.net

Eran tiempos de los orinales de cerámica, o las "palanganas" del mismo material con su jarra para el agua donde hacías el aseo diario. Con sus espejitos pequeños donde había que apuntar bien la mirada y verte a trocitos la cara. Y era el tiempo del olor de las toallas que habían sido secadas al limpio aire de la montaña. Todo aquello significaba una forma de vivir que con sus dificultades significó para mí, entender otro ritmo gratificante de vida que tanto me marcó y que ya nunca pude olvidar.

¡Ah!, que me olvidaba. Vuelvo a decirlo. ¡Con perdón!. Es que entendía que esto también había que contarlo  y no encontré otra manera…

sábado, 21 de enero de 2017

OTRA CARTA DE MAMÁ


Por Xose Manuel Fernández Sobrino

Manolito, teño unha carta para ti” me dijo el tío Domingos, o carteiro de Medeiros. Antonio y yo regresábamos, camino de casa,  "traendo a facenda". Él  nos adelantó porque su caballería era mucho más rápida que nuestras cabras. Volvía de Villaza, a donde iba cada día a recoger el correo que iba destinado a San Cristóbal, Flariz, Salgueira, Madalena… y por supuesto, Medeiros.  Una buena cantidad de correspondencia que tendría luego que repartir.

Foto:Archivo familiar
       De vez en cuando,  para variar, me pasaba por la casa do tío carteiro. Esperaba muchas veces carta de mi madre e iba a preguntar. Pero esta vez iba a tiro fijo. Nada más dejar a facenda na corte, salí disparado a casa del tío. Estaba clasificando el correo para, por la tarde, salir a hacer la ruta. Me dio la esperada carta y allí mismo, en la escalera de piedra de la casa, me senté a leer.

Estar lejos de mis padres y mi hermano me producía una sensación rara. A veces me ponía triste sin saber muy bien por qué. Las cartas de mamá me acercaban a mi casa. Daba gusto leerlas. Disfrutaba. Sólo que al terminar, sentía tristeza; era como si volviera a salir de casa, dejándolos a ellos allí. A mis padres, a mi hermano y  al tío Jacinto.

Mamá escribía muy bien, papá era distinto. Mamá había estudiado de niña entre los años diez y los veinte en  Las Carmelitas, pero papá sólo sabía, cuando se casó, lo poco que aprendió en la escuela de Medeiros con el tio Maestro;  aquel que se asomaba tantas veces a su ventana que daba a nuestro patio de la casa de los abuelos. Por eso papá tuvo que aprender muchas cosas cuando ya estaba casado.

Mamá tuvo en aquellos años 30 que tomar una decisión difícil. Había conocido a mi padre porque vino a trabajar a la tienda de su cuñado, casado con una hermana de mi madre. Tenían dos hijos, uno sordomudo. Mi madre, huérfana desde los ocho años,  vivía con su hermana y estaba siempre con los niños. La querían con locura. La madre de los chavales,  mi tía Josefa, tenía mala salud. Estaba casada con Juan, un tendero muy famoso, conocido por el Medallas, hombre muy religioso y que llevaba siempre muchas medallas al cuello. 
Foto: Archivo familiar
Sucedió que Josefa, la hermana de mi madre, fue empeorando y acabó por morir.  Pasado algún tiempo, todo hacía suponer que Juan iba a volver a casarse, para encontrar quien cuidara a los niños y todos pensaban que sería con Serafina, la que sería mi madre. Pero muy en secreto para que no lo descubriera Juan. La realidad era que Manolo, el muchacho de Medeiros, y Serafina se querían. 
En vista de la presión que hacía Juan, decidieron descubrir sus sentimientos y se casaron rápidamente. Apoyados por la familia Tabarés,castellanos de Valladolid, como mi madre, y almacenistas de alimentación, establecidos enfrente de la gran tienda, pusieron un comercio propio frente a la Iglesia de Puente Canedo. Enseguida, tras cerrar Juan la suya, la gente de Puente Canedo se empeñó en llamar “la tienda del Medallas” a la de mis padres. O sea,  que yo acabé siendo el hijo mayor del  Medallas. 
A medida que crecía en importancia su negocio, mi padre necesitaba mejorar sus conocimientos y aprovechaba para estudiar y, desde luego, utilizar los cuadernos que vendían en la tienda para que niños y personas mayores sin estudios mejoraran su escritura. Y yo mismo veía muchas veces a mi padre haciendo “caligrafía” en  tales cuadernos como si fuera un niño. El joven muchacho de Medeiros llegó a escribir muy bien. 

Pero, ya digo,  daba gusto leer lo que escribía mi madre. En esta ocasión, en  la carta que me acababa de dar o carteiro,  me decía que estaban todos bien. Mi hermano muy mejorado gracias a las inyecciones que todos los días le ponía el tío Jacinto, algo que había aprendido a hacer  en Cuba.Y añadía que, seguramente unas semanas después, vendría mi padre a buscarme, porque iba a empezar el colegio en el mes de octubre y quería que fuera para Ourense unas semanas  antes. 

Aquello me producía una impresión rara. Por una parte era como si lamentara  dejar Medeiros y por otra me alegraba porque volvía a casa. Claro que también se quejaba mi madre  que yo nunca le escribía, que lo hiciera por lo menos una vez antes de volver. ¡Ah! Y me hacia un encargo. “El día 26 de este mes de agosto es Santa Rosa de Lima, es el santo de la abuela, tienes que felicitarla”. Mi padre no se acordaba nunca de esas cosas, pero mi madre siempre que sabía  del santo de alguno, hacía un regalo. Lo pensé. Tenía dos o tres pesetas guardadas. Tenía que comprarle un regalo. No se para qué llegaría aquel dinero. 
Pregunté al  tío Domingos  en que día estábamos.  Vaya, ¡precisamente era 26!. De modo que  Antonio y yo salimos disparados a la tienda del tío Julio. 
Foto:galletascoral.com
Lo más inmediato, preguntar por Elena, que seguro sabía mejor que nosotros como podía mejorar mi doble idea: un regalo para la abuela y una carta para escribir a mi madre.  Tuvimos  la gran suerte que Elena estaba sentada en un banco de piedra que había a la puerta.  Aquella niña estaba muy preparada. “Eu penso que podíades comprar unhas galletas que á avoa hanlle de gustar, e o meu pai vende cartas para a xente, para que escriban, así que podedes levar unha”.

Así como a Elena no le había extrañado mi encargo, la tía Octavia y el tío Julio se quedaron como sorprendidos por el detalle. Le dieron vueltas Elena y su madre a las galletas y acabaron por meter en un cartucho -aquellas  bolsa de papel oscuro de las tiendas-  unas redondas de "María” y otras alargadas -que le gustaban más a Elena-  y que yo por supuesto conocía que estaban  “rellenas de coco”,  las llamadas “Boer coco”. Los tíos estaban tan felices con  el detalle, que nos regalaron todo. Volví  con las tres pesetas. 

Salimos encantados. Nada más llegar fuimos hacia a lareira a felicitar a avoa. Antonio, que tenía solución para todo, resolvió lo de escribir la carta, “pedímoslle prestado un tinteiro é una pluma o tío Maestro, que de seguro que ó ten”. Todo resuelto. En Medeiros siempre había solución para cualquier situación. Se lo contaría todo a mamá....

viernes, 13 de enero de 2017

DE COMER “A VITELA O FIN DE FESTA”


Por Xose Manuel Fernández Sobrino

En el caso de aquella “festa do 15 de agosto do 46” que me tocó vivir quería volver sobre dos aspectos. Lo de “comer a vitela” con  lo que remataba el capítulo anterior, recordando aquella tan especial fecha. También en lo apuntado que la fiesta concluía cuando se acababa la luz natural, dado que a Medeiros como en el resto de nuestro mundo rural en aquellos tiempos, no había llegado la luz eléctrica. Y es que aquel año iba a tener ocasión de vivir una ajetreada como inesperada situación. Pero no adelantemos acontecimientos. Vayamos por partes.
No era cosa que una jornada tan especial la viviéramos a la hora de comer los cuatro de siempre. Es decir, los abuelos, Antonio y yo. Fuimos a comer a “casa do carteiro, o Tío Domingos” donde nos esperaba a vitela  que con esmero había preparado la tía Estrella. Para mí era novedad. Ya os comenté que en Medeiros no había carnicería y, si se quería "comer a vitela", había que traerla desde el valle de Monterrei, desde Albarellos, por lo menos. Pero para o 15 era diferente.Ya os comenté como la habían traído y  vendido en el pueblo carniceros ambulantes.
Foto: Álbum familiar
La previsión estaba hecha y sólo pensaba cómo la habían podido preparar. Supe que era carne cocida, con su verdura, especialmente,  junto con garbanzos y patatas , os cachelos, todo procedente de las huertas familiares. ¿Y habría postre? Pues parece ser que en muchas casas  sí, porque en los hornos del pueblo se habían preparado unos dulces, como los famosos roscones y…bueno, sería eso. Los conocimientos de mi particular informador, mi inseparable Antonio, no iban más allá.

Aunque en este caso hubo suerte. El tío Domingos, o carteiro, contaba con el puesto colocado junto a la Iglesia donde vendían sandías venidas no se sabe dónde, y se hizo con una. Era bien "grandota"  por cierto y que, por aquello de la novedad, su hijo Pepe, uno de mis primos un poco más mayores, se apresuró a recoger y exhibir como un trofeo. Con tanto orgullo que ya de  camino a casa, la lanzaba al aire y la volvía a coger, como si fuera un balón de fútbol blocado por un habilidoso portero.
El tío Domingos no era partidario de aquellos alardes y no había hecho más que soltar dos o tres tacos contundentes para frenar el ímpetu  del chaval. Fue entonces, cuando un tropezón en uno de los pedruscos del camino, le hizo perder el equilibrio  y la espectacular sandía fue, precisamente, a estrellarse en otra buena piedra, salpicando jugo y carne roja  del fruto. Fue entonces cuando la lista de sonoros y gruesos tacos proferidos por el bueno do carteiro  subió espectacularmente de tono. Mientras, mi primo Pepe que entendía como nadie aquel lenguaje y sus consecuencias, abandonó los trozos de sandía y corrió camino de casa en veloz carrera mientras su padre no dejaba de “taquear”.   La letanía tuvo su final pronunciado por el tío “bó..., alá foi o postre da festa o carallo”.

La verdad que no importó mucho ya que  a vitela preparada por la tía Estrella, que en mi casa de Ourense llamaríamos cocido, estaba buenísima.  Además, como llevaba tantos días sin comer carne de ternera, me supo especialmente bien. Y con buenas perspectivas porque Antonio me aclaró “seguro que non a coceron toda e coa carne que sobróu,  han de fretir mañan unos bistes”. Lo cierto fue que entre el bullicio de los asistentes, las risas, las bromas y lo rico que estaba el cocido, mi querido primo Pepe, se libró de buena.

Foto: Álbum familiar
Ya os conté lo que dio de sí la fiesta. Fue pasando poco a poco la tarde, los músicos tocaron desde media tarde hasta entrada la noche, la gente bailó y se acabó la historia. Nos fuimos para casa. Ahora ya, cada uno a la suya. Y a tratar de dormir.


Pero falta el improvisado “fin de fiesta”.  Cuando ya todos dormíamos, pegué un brinco de la cama porque en el silencio de aquella noche de agosto, empezaron a sonar las campanas de la iglesia.  La paz, el silencio de la noche, se vio interrumpido de tal manera que la gente salía de las casas hacia el camino sin saber a dónde ir.
“¿Onde é o lume?” decían unos. Alguno, que venía en dirección contraria, gritaba desesperadamente “polo resplandor vese de cara a Outeiro”. Finalmente alguien concretaba “vai ser na aira de arriba”.  Aquellas carreras, aquellas voces, todo a oscuras en la noche, sin luz alguna, asustaba y no digamos a un niño como yo, que no sabía que hacer.  Providencialmente, me cogió de la mano el abuelo “non te soltes, que inda vante tirar, é ti tamén Antonio, ven de cara eiquí”. En mi nulo conocimiento de lo que ocurría y cada vez más asustado, me sorprendía seguir viendo salir de las casas a la gente provistas de calderos, tinas... Suponía que  dispuestos a acudir con agua…pero pensaba ¿y de dónde la van a sacar? .
Lo más deprisa que pudimos dimos con el fuego. Había ardido  ya un pajar, una meda. La clave estaba en aislar el resto. La valoración de alguno giraba en “e menos mal que a malla está feita e só hai palla”. Pero impresionaba ver a la gente nerviosísima, con prisa, dando voces, corriendo con calderos camino de la fuentes más próxima o de los pozos particulares, acercándose al fuego, echando agua, otros retirando paja,…
No sé con certeza el tiempo que estuvimos allí. Iluminados por el fuego hasta que quedamos felizmente a oscuras, sólo con la luz de la luna en la noche. La gente estaba cansada, tiznada,  a medio vestir, despeinada…
Tuve la impresión  que aquello no iba a olvidarlo en la vida. Y así fue, como tantas otras cosas de aquel verano en Medeiros. Fuimos luego camino de casa de la mano del abuelo para no tropezar en las grandes piedras del camino.
Fue difícil retomar el sueño. Al día siguiente pensaba, cuando íbamos a salir con las cabras al monte, si era verdad todo lo ocurrido en mi primera “festa do 15” o había tenido un mal sueño, o lo que llamaban pesadilla.
 Con los años, desgraciadamente, ya sabemos que los incendios no han sido malos sueños. Siguen siendo una triste realidad para nuestra tierra.
Foto: BrunoMedeiros
(https://es-la.facebook.com/Bs17Photography-329997713787155)

domingo, 8 de enero de 2017

¡POR FIN LLEGÓ “A FESTA DO 15”!


Por Xose Manuel Fernández Sobrino

Yo era uno de los tantos interesados en celebrar, ¡por fin!, la esperada  “Festa do 15”. De siempre, la fecha más festera en toda España, y  la más celebrada en Galicia, porque ya desde aquellos años fue la más clásica. 

        Días anteriores en Medeiros,  ya tuvimos señales de que ese acontecimiento se iba a producir.  El eterno presidente de la comisión festera -salía elegido todos los años- llamado Antonio "o coruñés"    -parece ser porque hablaba mucho de A Coruña-, había reclutado media docena de vecinos que se dedicaban a recolectar posibles para las fiestas. Ya podéis imaginar que lo más apropiado era recibir dinero de los paisanos del pueblo, pero en aquellos tiempos,  acostumbrados a vivir sin él, se aportaba en especie, siendo lo más recurrido unas tegas de grao -centeno-, u  otras donaciones, como patatas, verduras…pero lo normal era ir sobre pan.

Otra señal de que la fiesta estaba muy cerca era la arribada de dos o tres carros tirados por caballerías, pertenecientes a otros tantos carniceros de Verín, Villaza o Albarellos, que traían reses vivas. Se colocaban en dependencias de vecinos. La curiosidad de algunos paisanos les aconsejaba estar pendientes desde el primer momento, deseosos de presenciar el sacrificio del animal. Con  un objeto contundente se le atizaba en la testuz, cayendo conmocionada la res al suelo, y entonces, antes de que se repusiera, era colgada y sangrada. 

Venía luego la labor de despiece. En un puesto de carnicería, estarían las diferentes partes  del animal troceadas y separadas en un mostrador. Allí, colocadas sobre donde se podía, se partía la carne según  la petición del cliente, sin andarse con muchos remilgos, más bien lo que correspondiese en razón a cómo estaba el corte.

Y es que en realidad aquel 15 de agosto era uno de los pocos días del año que la casi totalidad de los habitantes del pueblo iban a tener sobre la mesa carne de ternera -vitela- adquirida en el pueblo. Para el resto del año podía aprovecharse cualquier desplazamiento a Albarellos o alrededores para volver a casa con ese tipo de carne. Otra situación curiosa era que en el momento de comprar, en pleno verano, se llevase más que para una comida. En pleno agosto, y sin tener donde conservarla, era probable que en sucesivas comidas esa otra carne tuviera “un tufillo” especial. Pero en aquellos tiempos la gente se adaptaba a las circunstancias, no andaba con remilgos y las mujeres sabían de pequeños trucos para alargar el tiempo de conservación, desde el salado con aceite hasta su aprovechamiento en guisos para varios días.

Amanecía el día 15, festividad nacional de la Asunción.  Medeiros  se levantaba temprano. Sus vecinos vestían sus mejores galas, dentro de las limitadas posibilidades de los armarios de aquellos tiempos de escasez de todo. Había que aparecer bien vestido a la hora de la procesión, ceremonia que nadie se perdía. Se veían todos. Salía la comitiva con el sacristán portando la cruz, custodiado por los chavales con faroles. Luego, algún estandarte y, por supuesto, que no faltase la bandera de España. Todo ello, para acompañar a la protagonista del día, la imagen de la Patrona, Santa María de Medeiros y alguna otra, como la del Niño Jesús Salvador, que alargaba la devota comitiva. Gente amontonada, en grupo, seguía formando el cortejo religioso, sin que faltase una representación oficial, algún concejal del Ayuntamiento y el Pedáneo.

Foto: Jesús M. Rodríguez
La parte musical iba en función a las posibilidades que surgían de los cáculos del grupo “Del Coruñés”.  Solía venir -decían aquel año- Bandas de Música de lugares más o menos próximos, como Albarellos, Xironda, Parada de Xinzo, Cualedro y hasta en alguna ocasión se había presentado una Banda de Torre, de Portugal. Claro que el número de músicos en aquellos tiempos podía variar, porque como las dificultades económicas eran evidentes, llegaban a dividir tales bandas, repartiendo músicos  a diferentes lugares por razones económicas. 

Y, desde luego, los fuegos artificiales, "os fogos", que solían llegar de Pazos. No faltaban espontáneos dispuestos a lanzarlos, arrimando el mechero  clásico, el más usado, de mecha larga. Pero una cosa era tomar la decisión de coger la bomba con la mano izquierda, aplicarle el mechero con la derecha, y otra cosa esperar a que el cohete arrancara. Era frecuente que al improvisado fogueteiro le temblase el pulso al efectuar la maniobra y que el artefacto prendiese lento, empezara a humear pero no a salir, por lo que el asustado lanzador lo soltaba antes de tiempo, momento en que el cohete salía disparado, y su trayectoria,  lejos de ir hacia al cielo, se empeñaba a seguir entre los mortales, razón por la cual el personal se veía sorprendido al observar como el lugar donde cada uno estaba coincidía con la trayectoria desaforada de la bomba. Al ver chegar o foguete la gente escapaba por donde podía, aunque, a decir verdad, siempre iba a caer y explotar, afortunadamente, en alguna que otra horta próxima. 
Foto: Jesús M. Rodríguez


Creo que ya os había explicado que yo era un niño con mucho miedo a los fuegos. Por esos detalles, como los  impensables recorridos, mi pánico a los de Medeiros era mayor. Aunque también uno de los foguetes de tres estralos logró  hasta hacerme reír. Después de desconcertar a la procesión, se metió nunha leira  donde, ante el asombro del personal, caían derribadas berzas cortadas de cuajo, tantas como estralos tiña o foguete. Oye, de película de guerra....

La fiesta de la tarde, con el mismo grupo musical de la procesión, duraba hasta que la luz lo permitía. La luz del día claro, porque no olvidéis que en Medeiros no había luz eléctrica. 
La gente bailaba el agarrado, más o menos arrimado, según los casos de cada pareja. Estaba permitido el cambio, o chamado "permite", mediante el cual el hombre podía dejar que su pareja bailara con otro. Muchas mujeres bailaban entre ellas, y hasta niños y niñas se sumaban a la danza popular.

Y así hasta que entraba la noche y se ponía fin a una jornada especial, alegre, esperada y que hacía soñar ya con la próxima, o 15 do ano que ven. También para comer vitela. Pero eso será en otro nuevo relato....