jueves, 24 de noviembre de 2016

AQUEL PAN RECIÉN HECHO

Por Xosé Manuel Fernández Sobrino


Recuerdo bien que la primera vez que comí pan centeno, no me gustó. Pero sucedía como con todo, que a fuerza de insistir, acabas acostumbrándote, con mayor o menos rapidez. Lo de habituarme a aquel pan, no resultó muy largo. En aquella edad,  con excelente apetito, había que acudir a él a todas horas. Claro que a medida que pasaban los días, era más difícil ya que se iba poniendo más duro. A Antonio y a mí nos faltaban algunos dientes; a los abuelos, seguro que también, como a todos en el pueblo, sólo que a unos se le notaba más que a otros. "Iste pan xa colleu balor”, comentaba el abuelo y añadía “Rosa, hai que preparar una fornada nova”.  Antonio era mucho más directo, aunque lo comentaba por lo bajo conmigo “este pan xa non hai quen o trague”.
Foto:Panadería de Medeiros
Con el paso de los días,  el pan metido en la artesa,se notaba que las últimas bollas tenían unas tiras de color verdoso o azul, no sé muy bien,  que le daban mal sabor. “
Cuando se preparaba una nueva fornada el primer paso era que Antonio y yo nos chegáramos ao forno. Había que acudir al señor Pepe, en la parte alta del pueblo por el camino viejo de Flariz, y preguntarle cuando podía chegarse la abuela a cocer unos diez o doce panes. A mí  me parecían muchos. Pero para Antonio, no;  “o pan cómese moito; o que faría falta era ter con qué xuntalo, e así ainda comeríase mais”.
Sí,  ese era el problema. Cuando llegué días atrás  con el tío Jacinto y entre las cosas que me mandaron mis padres, venían unas tabletas de Chocolates Chaparro que se hacían en Ourense.  Cada tableta  tenía catorce onzas, es decir, piezas que se troceaban, se separaban y se debía comer una sola cada vez para que durase más.  Yo recurría a golpearla contra una mesa, pero Antonio, que tenía  mucha más fuerza que yo, podía separar las onzas  con las manos.  Había que comerla despacio, morderla poco a poco para masticar mucho pan y que aquel placer durara más.
El señor Pepe nos había dicho que podíamos cocer al dia siguiente “cara as doce”,  es decir, a la hora en que volvíamos del monte. Quedaba claro entonces,  que a nuestra vuelta podría no haber nadie en casa, por lo que tras gardar a facenda, podíamos salir directamente al horno a comprobar cómo iba la cosa.
Foto: Panadería de Medeiros
Tenía interés en saber qué iba a pasar porque era la primera vez que lo vivía. La primera novedad surgió ya  al levantarnos y ver sobre la artesa una serie de cosas entra las que destacaba la harina; todo aquello me era familiar cuando en mi casa de Ourense, con mucho misterio, mi madre preparaba pan con la harina que conseguía mi padre “de estraperlo”.  Sólo que de este pan de Ourense hecho en casa  en aquellos tiempos no se podía hablar y en Medeiros, sí, claro.
Finalizada la jornada de pastoreo, guardamos las cabras. Fuimos “a toda pastilla” al horno del señor Pepe y aún llegamos a ver cómo estaban los ocho panes que había amasado y preparado la abuela.  El propio señor Pepe estaba preparando para  meterlos a cocer tan pronto acabó de “requentar un pouco o forno sacando a leña que acababa de queimar”.  Introducía el pan amasado  con ayuda de  una gran pala, anchota, y con gran habilidad los depositaba, los dejaba caer  en su interior.
Me llamó la atención que con la poca masa que estaba fuera, que  parecía sobrante, la  abuela hizo unos pequeños panes aplastados que Antonio enseguida, sonriendo satisfecho, aclaró “esas son bicas e son para nós”. La abuela pidió  al panadero que abriera la puerta de hierro y cuidadosamente pegó tres o cuatro bicas a la piedra del horno, junto a esa puerta, es decir, no las puso en la base. Mi primo, que lo sabía todo, me aclaró “son as bicas da pedra”. Hizo la maniobra con sencillez, sin importarle lo caliente que debía estar aquello. Seguramente, pensaba yo, porque estaba curtida de cocinar al lado del fuego en a lareira.
Foto: Panadería de Medeiros
Aún hubo más. La abuela había reservado alguna masa sobrante. Con la habilidad de un ceramista modulando barro, hizo cuatro figuras que querían ser pájaros o palomas. Las puso también a cocer.
La masa del pan debidamente preparada en casa, la había traído el abuelo metida en un cesto, protegida “por un pano branco”  que la aislara, que la mantuviera  limpia. Pasó bastante tiempo. Aquello era lento. Las primeras señales de que el pan casi estaba a punto surgieron  del olor que empezó a desprender. Ese olor y el apetito a aquellas horas  sin probar bocado desde el desayuno para ir con las cabras, formaban una  curiosa mezcla.
En medio de nuestra curiosidad, abrieron la puerta, pero el panadero comentó “ainda hai que esperar un pouco”. Pero al observar más detenidamente consideró que “o que xa está son as  bicas”. Pasó a colocarlos sobre la ancha pala de madera y  depositó las piezas en una mesa. Fui a echarle la mano y me avisó la abuela “coidado Manolito que te queimas” y, en efecto, humeaban. Llegado el momento, repartieron una de las bicas entre Antonio y yo, que, aunque estaban muy calientes, aquella llamada “bica da pedra”  me produjo una sensación desconocida.  Sabía a gloria,  como solía escuchar a los mayores.
Foto: Panadería de Medeiros
El abuelo, como si fuera a aguarnos la fiesta,  comentó “o pan quente é malo, vai facervos  mal”. Pero nosotros, seguimos comiendo como si nada.
Ya, finalmente, salieron las hogazas de pan. Las colocaron en el cesto protegidas con el  pano branco. Antes, la abuela nos dio a Antonio y a mi, dos palomas a cada uno. Mi primo salió corriendo feliz. Yo me detuve, sin salir, para dejar entrar en el horno a  la tía Octavia y a Elena, la hija de su marido , que llegaban en ese momento. Y tuve una ocurrencia. Cogí una de las palomas y se la di a la niña. Elena se alegró.  Noté que la abuela y su hija se miraron. No dijeron nada.







Agradecimiento especial a la familia Campos Dopazo de la Panadería actual de Medeiros por su colaboración fotográfica. Muchas gracias!!

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