Cuando, a lomos de “Ramón” volvia del molino a casa, pensaba yo cómo se las ingeniaban para conseguir los abuelos el grano para el centeno. De dónde lo sacaban. Porque una cosa era cierta, no compraban nada. De vuelta, entramos por la puerte de atrás, directos a la cuadra de Ramón. El abuelo metió los pequeños sacos en casa, la harina y el salvado –a fariña e mais, o farelo- y dio algo de comer y beber al animal. Mientras, yo buscaba a mi primo Antonio. Me estaba esperando.
Foto: Ricardo Colmenero |
" O avó non puxo moitos atrancos, dixo que “alá ti”, inda que no fondo gustáballe, sabía que a tía iballe a ir ben: pero a avoa iballe mais que tivera un noivo solteiro, pero o fin, ela quixo casar”- me comentaba Antonio que habría sido testigo del desarrollo del caso. “A verdade é que lles vai moi ben, os dous rapaces quérenlla moito”.
No me extrañaba. Eran muy buenos y la niña, al menos a mí, me parecía muy guapa, muy agradable. No me paraba a pensar si precisamente por eso iba de buena gana a la tienda aquella tarde. Aparte de jugar en tan buena compañía, entrar en aquel negocio me recordaba mi casa, era algo muy familiar para mí. Aunque la tienda era muchísimo más pequeña que la nuestra de Ourense. No tenía comparación.
Tuve la sensación que a Julio y a Elena le gustaba nuestra visita. Salimos a jugar fuera. Al lado de la casa había un bonito cruceiro, precisamente frente a la puerta de la casa del cura don Angel. En el pueblo había muchos cruceiros, solo que aquel era el más espectacular. Tenía unas imágenes que hasta en algún momento debieron estar adornadas, aunque el paso del tiempo había hecho su especial erosión.
Corrimos, disfrutamos, nos reímos sin saber muy bien de qué. Era porque estábamos a gusto. Me gustaba correr con Elena. Querían saber a qué jugábamos en Ourense. A mí lo que más me agradaba era “guardias y ladrones” y desde luego a la pelota. Les dije que jugábamos en la calle, aunque había que parar cuando pasaba un coche, “pero poco, porque por nuestra calle pasan pocos”; “Mira que si os colle un coche”, bromeó Elena “eiquí podíades facelo sen peligro, pero eiquí non ai nin coches nin pelota…”
Foto: Ricardo Colmenero |
Yo iba a decir que precisamente la había hecho en mayo pasado, pero me callé. El párroco imponía respeto y nadie dijo nada. Dedujo que sería más adelante. “Ben, vos e os vosos país veredes, pero o 15 está a caer, enton a pensar na festa…”
Eso ya era otra cosa. Don Angel había sacado el tema y de pronto todos comenzaron a opinar. Pero sobre la fiesta. Se alegraban. Y como expertos, se dirigían a mí para explicarme unos y otros de qué iba a ir la cosa. Lo malo fue que alguien apuntó un detalle que a mí no me hacía la menor gracia: iban a lanzar fuegos, cohetes para alegrar la jornada. No me atreví a decirles que yo a los fuegos les tenía, más que manía, miedo.
Pero no dije nada. No quería que supieran que "O Manolito de Ourense era un medroso cagarrán”. Y menos, Elena.
Avanzada la tarde volvimos a casa de los abuelos. “Antonio, te quería preguntar, ¿de dónde sacan los abuelos el centeno?. Vas sabelo pronto porque non imos tardar en ter un dia de malla. Naquela aira que hai ao pé da casa. Os avós teñen alí o palleiro co grao".
En Medeiros todo iba encadenado, paso a paso, “a festa do 15, o día da malla...”. Había que ver lo que iba aprendiendo día día. La de cosas que iba a poder contar cuando volviera a mi casa.
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