viernes, 18 de noviembre de 2016

SE VE VENIR A FESTA DO 15

Por Xosé Manuel Fernández Sobrino

Cuando, a lomos  de “Ramón” volvia del molino a casa, pensaba yo cómo se las ingeniaban para conseguir los abuelos el grano para el centeno. De dónde lo sacaban. Porque una cosa era cierta, no compraban nada. De vuelta, entramos por la puerte de atrás, directos a la cuadra de Ramón. El abuelo metió los pequeños sacos en casa, la harina y el salvado –a fariña e mais, o farelo- y dio algo de comer y beber al animal. Mientras, yo buscaba a mi primo Antonio. Me estaba esperando.
Foto: Ricardo Colmenero
Hablamos de lo que había dado de si la jornada, pero poco. Había que buscar algo que hacer para la tarde. “Imonos chegar hasta a tenda da tía Octavia”. Bueno, en realidad íbamos a  la tienda del tío Julio. Era una  de las dos tiendas clásicas de Medeiros; la otra era a do Cándido. Ya había estado en la casa de la tía en  un par de ocasiones y conocía a Julio y Elena, los hijos del tío Julio y no de la tia Octavia. Porque Julio Vieytez estuviera ya casado pero se le murió la esposa. Al quedarse solo, necesitaba resolver el problema del cuidado de sus hijos pequeños que se le planteaba.  Pensó en Octavia, la hija pequeña de los abuelos que estaba en casa con sus padres José y Rosa y ella no le dio muchas vueltas, fueron novios poco tiempo. Las cosas del amor. Octavia había tenido muchos pretendientes, pero a quien le dijo finalmente que sí fue al tío Julio. Posteriormente, la familia creció y nació el nuevo hijo de ambos, el pequeño Santos.
" O avó non puxo moitos atrancos, dixo que “alá ti”, inda que no fondo gustáballe, sabía que a tía iballe a ir ben: pero a avoa iballe mais que tivera un noivo solteiro, pero o fin, ela quixo casar”-  me comentaba Antonio que habría sido testigo del desarrollo del caso. “A  verdade é que lles vai moi ben,  os dous rapaces quérenlla moito”.
No me extrañaba. Eran  muy buenos y la niña, al menos a mí, me parecía muy guapa, muy agradable. No me paraba a pensar si precisamente por eso iba de buena gana a la tienda aquella tarde. Aparte de jugar en tan buena compañía, entrar en aquel negocio me recordaba mi casa, era algo muy familiar para mí. Aunque la tienda era muchísimo más pequeña que la nuestra de Ourense. No tenía comparación.
Tuve la sensación que a Julio y a Elena le gustaba nuestra visita. Salimos a jugar fuera. Al lado de la casa había un bonito cruceiro, precisamente frente a la puerta de la casa del cura don Angel. En el pueblo había muchos cruceiros, solo que aquel era el más espectacular. Tenía unas imágenes que hasta en algún momento debieron  estar adornadas, aunque el paso del tiempo había hecho su especial erosión.
Corrimos, disfrutamos, nos reímos sin saber muy bien de qué. Era porque estábamos a gusto. Me gustaba correr con Elena. Querían saber a qué jugábamos en Ourense. A mí lo que más me agradaba era “guardias y ladrones” y desde luego a la pelota. Les dije que jugábamos en la calle, aunque había que parar cuando pasaba un coche, “pero poco, porque por nuestra calle pasan  pocos”; “Mira que si os colle un coche”,  bromeó Elena “eiquí podíades facelo sen peligro, pero eiquí non ai nin coches nin pelota…”
Foto: Ricardo Colmenero
Poco a poco fueron apareciendo más  chavales. En Medeiros eran abundantes. Surgían por todas partes. Cuando estábamos más entusiasmados era jugando al “queda”, donde  el protagonista del juego tenía que alcanzar a otro, darle una palmada en la espalda y era luego éste el que tendría que coger a otro”. Fue entonces cuando se abrió el portalón parroquial y apareció  don Angel con una sotana bastante gastada. “¡Ei rapaces, que está a caer o 15, o dia da Festa, e ai que se preparar para facer a Primeira Comunión…¿cántos de vos ides facela?”.
Yo iba a decir que precisamente la había hecho en mayo pasado, pero me callé. El párroco imponía respeto y nadie dijo nada. Dedujo que sería más adelante. “Ben, vos e os vosos país veredes, pero  o 15  está a caer, enton a pensar na festa…”
Eso ya era otra cosa. Don Angel había sacado el tema y de pronto todos comenzaron a opinar. Pero sobre la fiesta. Se alegraban. Y como expertos, se dirigían a mí para explicarme unos y otros de qué iba a ir la cosa. Lo malo fue que alguien apuntó un detalle que a mí no me hacía la menor gracia: iban a lanzar fuegos, cohetes para alegrar la jornada. No me atreví a decirles que yo a los fuegos les tenía, más que manía,  miedo.
Pero no dije nada. No quería que supieran que  "O Manolito de Ourense era un medroso cagarrán”.  Y menos, Elena.
Avanzada la tarde volvimos a casa de los abuelos. “Antonio, te quería preguntar, ¿de dónde sacan los abuelos el centeno?. Vas sabelo pronto porque non imos tardar en ter un dia de malla. Naquela aira que hai ao pé da casa. Os avós teñen alí o palleiro co grao".
En Medeiros todo iba encadenado, paso a paso, “a festa do 15,  o día da malla...”. Había que ver lo que iba aprendiendo día día. La de cosas que iba a poder contar cuando volviera a mi  casa.

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