Por Xose Manuel Fernández Sobrino
Insisto, con perdón. Mil perdones. El tema es delicado, precisamente, porque no es lo más sutil de nuestro quehacer diario. Me refiero a esa función obligatoria y necesaria. En estos años infantiles éramos más simples, le llamábamos cagar, hacer "de cuerpo", hasta “necesidades fisiológicas”.
En mi etapa de estudiante en Salesianos, si no tuviste la precaución de haberlo realizado en los recreos, podías pedir permiso para “hacer necesidades”. Entonces te preguntaba el cura “ ¿mayores o menores?” y tu respondías según los casos, fácilmente deducibles. Lo grave es que corrías el riesgo que te dijera de manera tajante “¡no!” y entonces la tenías armada, porque el desarrollo o desenlace de la situación podía ser incierto…
No me canso de insistir. Perdón. Hablar de estas cosas, tan evidentemente necesarias, es incómodo, molesto, pero es cómo sucedía en aquellos tiempos donde todo parece que ocurría con una mayor naturalidad que ahora.
No era extraño que esa función tal como la entendemos hoy para realizar en las casas de aquel Medeiros de esos años, fuera, más que problemática, imposible. Porque ya en Ourense, Puente Canedo, cuando vivíamos en la ya entonces viejísima casa de frente a la Iglesia, sobre la tienda, nuestra vivienda tenía un simple retrete, con un hueco redondo en una gran tabla que iba de un lado a otro del habitáculo. No sabía a dónde iba a parar lo que soltábamos por aquel hueco, porque por la calle no había entonces alcantarillado. Cuando después la tienda se trasladó más arriba a la casa de una planta que construyeron mis padres ya fue otra cosa. Porque una de las cosas que me sorprendió a mis siete años fue que tenía algo nunca visto, un cuarto de baño; con su ducha y bañera, bidé y la pieza más usada, un retrete blanco llamado wáter, que daba gusto sentarse en él. Y además, aquel cuarto de baño tenía una ventana para ventilar, y con agua caliente y fría. Ya digo, lo que nunca había visto en mis años infantiles.
Pues ahora haceos una idea lo que en esas mismas fechas, más o menos, cómo podía ser la cosa en Medeiros. “Para cagar tés que ir a corte”, me aclaraba de manera lisa y llana mi querido primo Antonio, aunque añadía”para mexar, se non hai ninguén abaixo ou xa é de noite, podes facelo dende o corredor”. Explicado.
Foto: Ricardo Colmenero |
Es decir, que si bajabas a la cuadra, lo normal era realizar la operación en compañía. Como buenos testigos era observada la bajada de pantalones y labores propias, por los animales más próximos, cabras y bueyes. Si ibas a la cuadra de arriba, la correspondiente a la otra salida de la casa, te encontrabas con la atenta mirada del burro “Ramón”, que de vez en cuando soltaba un “brrrr” que en realidad no sabías si era una costumbre del animal, una especie de carraspeo o más bien su respuesta a "tu visita urgente".
Naturalmente, esta función era lógico haberla realizado a diario en el monte cuando salíamos con las cabras. Entonces las cabras no prestaban el menor interés, entretenidas en su alimentación, en su comida. Pero es que en el monte yo había adquirido un importante descubrimiento para efectuar "esta labor”. En Ourense lo hacíamos con papel de estraza o de periódico. El papel de estraza era de color oscuro, sólido, y se utilizaba para envolver los artículos que se vendían en la tienda de mis padres. Pero claro, en Medeiros no había papeles de ningún tipo y mucho menos, no era cosa de haber tomado la precaución de llevar material para estos quehaceres. Había que echar mano de recursos naturales sobre el terreno.
Por eso recurríamos a las ”follas”. Pero "el no va más” de la operación, el “limpiado perfecto” y por tanto más eficaz, se realizaba con la utilización de una retama o xesta:“¡limpieza impecable!”.
Evidentemente, cuando bajabas a la cuadra dispuesto a fomentar y colaborar en la labor estercolera que realizaban de por si los animales, debías, al pasar por el corredor, echar mano de alguna xesta apropiada donde estaba la leña destinada á lareira a secar. Y así entrabas con ella, junto a las cabras, que seguramente al verte acceder comentaban para sí “¡bo, aí ven iste outra vez!
De alguna manera todos participábamos en el importante ciclo de elaboración para un alto contenido ecológico que para la tierra tenía aquel abono o estrume o estiercol con la que se fortalecía. Entraba en la cuadra o corte el abuelo con algún hijo y renovaban la cama de los animales, retirando el que ya era mal oliente y estaba ya húmedo y pesado, por uno nuevo con paja nueva y limpia de "a aira" cercana a la casa. Sería una cosa parecida a cuando mamá o la abuela me cambiaban la ropa de la cama.
Solo que, con lo que aportábamos personas y animales, poco iba a durar limpia…Y vuelta a empezar.
Foto: todocolecciones.net |
Eran tiempos de los orinales de cerámica, o las "palanganas" del mismo material con su jarra para el agua donde hacías el aseo diario. Con sus espejitos pequeños donde había que apuntar bien la mirada y verte a trocitos la cara. Y era el tiempo del olor de las toallas que habían sido secadas al limpio aire de la montaña. Todo aquello significaba una forma de vivir que con sus dificultades significó para mí, entender otro ritmo gratificante de vida que tanto me marcó y que ya nunca pude olvidar.
¡Ah!, que me olvidaba. Vuelvo a decirlo. ¡Con perdón!. Es que entendía que esto también había que contarlo y no encontré otra manera…