miércoles, 8 de febrero de 2017

SANTA ROSA DE LIMA


Por Xosé Manuel Fernández Sobrino

Aquella dichosa costumbre del pueblo de no saber el día en que se vive y acordarse de pronto que es sábado porque tocan as campas a santo, casi nos cuesta pasarnos el día del santo de la abuela.
 Aparecimos los dos nietos con el famoso  cartucho de galletas para felicitar a la abuela. Se quedó mirándonos, entre sorprendida y extrañada,  y mucho más  al vernos tan formales, tomando asiento en el banco grande junto al fuego, en lugar de salir pitando a correr por el pueblo como todos los días. Yo dije “abuela, es que hoy es tu santo y te traemos un regalo”. Y le di las galletas.

Yo diría que mamá Rosa, como le llamábamos en casa, nunca en su vida había recibido un detalle como ese. Al menos a juzgar por la actitud  que  mostró. “Gracias, moitas gracias, mirade que netos mais boiños teño”. Y llamó fuerte,  con energía “¡Jusé, ay Jusé!”. “Jusé” era el abuelo José, que fumaba tranquilamente en el corredor mirando al cielo, echando humo, ajeno a cuanto ocurría dentro. Se levantó pausadamente, se sumó a la reunión en a lareira  y como si no llegara a enterarse de qué iba la cosa, siguió a lo suyo diciendo aquello de “xota pita, veña para abaixo, que na casa non facedes mais que poner esto cheo de cagadas”.  Y es que as pitas campaban por sus  respetos, entraban y salían de la casa como les venía en gana. “Croc, croc, croc…”
Foto: Saramarfer

Aquella actitud de despiste por parte del abuelo pareció molestarle a mamá Rosa, “·polo visto hoxe é o meu santo e trouxéronme un regalo. Mira, galletas”.  El abuelo no se daba por enterado, siguió a su aire, pero la abuela, sensible y agradecida, abrió el cartucho, metió la mano y sacó una de “las de coco”. “Ay, oh, ¡sabenche ben¡¡”  e inmediatamente aprovechó Antonio para intervenir “mamá Rosa, tamén hai de outras que o Manolito chámalle de María”.  Y al acabar la de coco, volvió a meter la mano y sacó de las redondas “ay, estas tamén saben moi ben”.
Y ocurrió lo que tenía que pasar. La abuela, aunque acostumbrada a la vida de pueblo toda su vida, se dio cuenta que mirábamos satisfechos de como había encajado el regalo. Y soltó “todo isto está moi ben, pero a quen de certo lle gostan  as galletas son ós nenos,así que mirade, veña, veña, comede vos”.
No tuvo que decirlo dos veces. Cogimos el cartucho y despachamos en un momento el contenido. Mano a mano. Curiosamente, volvía el abuelo de echar  del corredor a las gallinas y nos sorprendió  comiendo las galletas. “Pero boeno, as galletas eran para a avoa ou para vós…polo que vexo, a min non me deixastes ni tan xiquera a proba”. Pero no era así. El abuelo aún llegó a tiempo de enterarse y sumarse a la fiesta. Y aún pudo comer una de cada. Por lo menos.

Aquello fue la primera parte de los encargos que teníamos que hacer. Esperamos  a que el tío Maestro se asomase a la ventana y comentarle lo del tintero y la pluma.  “Claro que teño ¿Cómo non vai ter un maestro un tinteiro é una pluma? ¡A ver! Decirlle ó avó qué chega mais alto ca vós, que mo colla pola ventana”.
Resolvimos. Con todo el material sobre la mesa grande de dentro, la mesa de las grandes comidas, me dispuse a escribir a mi madre, bajo la atenta y expectante mirada de Antonio, viendo una operación novedosa como era la de escribir una carta. Lo primero, metí la pluma en el tintero, comprobé que estaba húmeda y la llevé al papel.  Recordé lo que me decían las monjas en el colegio, “cuando se  escribe una carta lo primero que se pone es una cruz en todo lo alto” . “E por qué pos iso?”, preguntó Antonio;  “Porque los católicos lo hacemos así”, le contesté. Antonio calló. Yo seguí escribiendo: 
Medeiros, 26 de agosto de 1946.
“Queridos papás, espero que os encontréis bien y que Paquito esté mucho mejor, aquí estamos todos  bien”. Ya estaba en marcha el escrito. Me quedé pensando.
Foto:Saramarfer
Falalle da festa”  medió Antonio. Era buena idea. “Sabréis que tuvimos la fiesta del 15, con procesión, y echaron fuegos. Tenían poca subida y por poco estoupan  algunos de ellos en la cabeza de la gente, algunos se libraron porque corrieron. Hasta una bomba entró en una huerta y rompió berzas y todo”.  “Fala da música” seguía apuntando Antonio. “Tuvimos banda de música pero era muy pequeña dijeron que era cosa de cuartos, que no los tenían y por  eso vinieron pocos músicos”.
“Comimos en casa del tio Domingos, comimos vitela y queríamos comer postre. El tío compró una sandía muy grande para que llegara para todos, pero no pudimos comerla porque la traía para casa el primo Pepe, venía jugando con ella  pero se le escapó de la mano y se esnacó contra una piedra grande del camino, nos quedamos sin sandía y el tio Domingos cuando lo vió se cansó de decir pecados y Pepe de correr… la tía Estrella arregló lo del postre...”
Eu penso que debías poñer algo do lume da aira”.  Otra buena idea. “El dia de la fiesta ardió de noche la aira. La gente se disgustó tanto que hasta  había mujeres que  lloraban. No se sabe porque ardió, pero el pedáneo dijo que si ardió fue porque le chiscaron”.  “Oye Antonio, que me olvidaba, tengo que decirle a mamá que felicitamos a la abuela”. Añadió Antonio: “E que lle compramos un regalo…boeno, non costou nada, pero…
“Mamá, como dijiste felicité a la abuela y no nos costó nada un regalo de galletas. Y es que  no nos cobró el tío Julio. Estaban muy ricas, la abuela nos dijo que las comiéramos Antonio y yo. 
Bueno, besos para todos. 
Manolito”.
Las cartas que llegaban y salían de la familia de Medeiros no costaba nada enviarlas. Venían a nombre del carteiro  y era el tío Domingos quien las mandaba. Y como trabajador de Correos, no necesitaban sello. Eso también salía barato. Como el regalo de la abuela. Daba gusto.

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