domingo, 25 de septiembre de 2016

LA NOCHE




Foto:Saramarfer
Por Jose Manuel Fernández Sobrino

Podría decir que la noche era triste. Empezaba desde el momento en que, cansado  de correr de un lado a otro, yéndose cada crío para su casa, me sentaba con loa abuelos y mi primo Antonio ante el fuego, en la lareira. La abuela en un asiento, una pequeña banqueta muy cerca del fuego, para cocinar con más facilidad. 

Las comidas de mi abuela eran muy diferentes a las de mi madre. Yo era muy pequeño, pero me daba cuenta que no debía decir nada en contra de lo que preparaba porque no quería molestarla. Porque era muy buena y especialmente conmigo. Pero cuando le veía echar mano de una sartén, lo prefería, aunque friera sin aceite, y especialmente a base de grasa animal, tocino o no sabía bien qué. 

Luego nos sentábamos los cuatro en torno a una pequeña mesa.  Aquellas patatas fritas en huevo batido era como una tortilla sin haberle dado vueltas. Estaba muy bueno, nos gustaba mucho a mi primo y a mí. Antonio comía más, lo hacía más de prisa. “Quieto Antonio” soltaba de vez en cuando el abuelo para frenar la velocidad con qué mi primo pinchaba y llevaba a la boca. Porque no teníamos plato, todos cogíamos de la fuente que estaba en medio.

La luz del candil de petróleo que también estaba sobre la mesa volvía a iluminar los rostros de los cuatro, como pasaba en “a lareira”. La nariz del abuelo, que ya de por sí era grande, aún destacaba más. Me acordaba de aquel dia que vino a vernos a Orense y que mi padre había subido una botella del licor café que acababa de fabricar para vender en la tienda y mi madre había puesto unas copas especiales, un poco grandes, pero con la boca estrecha y que con eso nos reímos bastante: porque a pesar de echar el abuelo la cabeza hacia atrás para poder beber, aquella estrecha boca lo dificultaba por el obstáculo que le imponía la nariz.

Luego, después de la cena, nos sentábamos en el corredor. Era noche cerrada. No hacía frío. Cielo estrellado. La luna. Aquel paisaje nocturno era especialmente bonito. A lo lejos, muy a lo lejos, unas montañas que yo suponía eran de Verín. De vez en cuando se intuían las luces de algún coche. Pensaba yo en un coche de línea que fuera camino de Orense. 

Estaba feliz en Medeiros. Pero mejor, mucho mejor durante el dia. Al llegar la noche recordaba mi casa, mis padre, mi hermano. Me ponía triste. Pero tenía que pensar en otra cosa. Porque enseguida la abuela se da cuenta, se sentaba a mi lado. No decía nada. Pero me rodeaba con un brazo y me acercaba, me apretaba contra ella. No hacía falta más.  

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